Con su resurrección, nuestro Señor Jesucristo convirtió en glorioso
el día que su muerte había hecho luctuoso.
Con su resurrección ha iluminado también nuestras tinieblas y no en vano se le había cantado con tanta anticipación: "Tú iluminarás mi lámpara, Señor; Dios mío, tú iluminarás mis tinieblas".
En la región de la tierra, en nuestra condición mortal, era absolutamente habitual, el nacer y el morir; En cambio, ¿quién conocía el resucitar y el vivir perpetuamente? Ésta es la novedad que trajo a nuestra región quien vino de Dios.
¡Gran acto de misericordia: se hizo hombre por el hombre; se hizo
hombre el creador del hombre! Hacerse hombre quien había hecho al hombre. He
aquí su obra de misericordia.
Donde abunda el nacer y el morir es la región de la miseria. Los hombres buscan ser dichosos en la región de la miseria; buscan la eternidad en la región de la muerte.
Donde abunda el nacer y el morir es la región de la miseria. Los hombres buscan ser dichosos en la región de la miseria; buscan la eternidad en la región de la muerte.
El Señor, la Verdad, nos dice: Lo que buscáis no se halla aquí,
porque no es de aquí.
Pero vino nuestro Señor Jesucristo y, por así decir, se dirigió a nosotros: «¿Por qué teméis, ¡oh hombres!, a quienes creé y no abandoné? ¡Oh hombres!, la ruina vino de vosotros, la creación de mí; ¿por qué temíais, ¡oh hombres!, morir? Ved que muero yo, que sufro la pasión; no temáis lo que temíais, puesto que os muestro qué habéis de esperar».
Así lo hizo; nos mostró la resurrección para toda la eternidad; los
evangelistas dejaron constancia de ella en sus escritos y los apóstoles la
predicaron por el orbe de la tierra.
Nada tiene el hombre más cierto que la muerte, no queda más solución que acudir a quien murió por nosotros y resucitando nos abrió la esperanza, para que, como en esta vida en que nos encontramos no tenemos más salida que la muerte y no podemos hacer perpetua esa vida que tanto amamos, nos refugiemos en quien nos prometió la eterna. Considerad, hermanos, lo que nos prometió el Señor: vida eterna y feliz al mismo tiempo.
(San Agustín)
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