Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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lunes, 17 de abril de 2017

REFLEXIÓN SOBRE LA RESURRECCIÓN



Con su resurrección, nuestro Señor Jesucristo convirtió en glorioso el día que su muerte había hecho luctuoso.

Con su resurrección ha iluminado también nuestras tinieblas y no en vano se le había cantado con tanta anticipación: "Tú iluminarás mi lámpara, Señor; Dios mío, tú iluminarás mis tinieblas".

En la región de la tierra, en nuestra condición mortal, era absolutamente habitual, el nacer y el morir; En cambio, ¿quién conocía el resucitar y el vivir perpetuamente? Ésta es la novedad que trajo a nuestra región quien vino de Dios.
¡Gran acto de misericordia: se hizo hombre por el hombre; se hizo hombre el creador del hombre! Hacerse hombre quien había hecho al hombre. He aquí su obra de misericordia.
Donde abunda el nacer y el morir es la región de la miseria. Los hombres buscan ser dichosos en la región de la miseria; buscan la eternidad en la región de la muerte.
El Señor, la Verdad, nos dice: Lo que buscáis no se halla aquí, porque no es de aquí.

Pero vino nuestro Señor Jesucristo y, por así decir, se dirigió a nosotros: «¿Por qué teméis, ¡oh hombres!, a quienes creé y no abandoné? ¡Oh hombres!, la ruina vino de vosotros, la creación de mí; ¿por qué temíais, ¡oh hombres!, morir? Ved que muero yo, que sufro la pasión; no temáis lo que temíais, puesto que os muestro qué habéis de esperar».
Así lo hizo; nos mostró la resurrección para toda la eternidad; los evangelistas dejaron constancia de ella en sus escritos y los apóstoles la predicaron por el orbe de la tierra.

Nada tiene el hombre más cierto que la muerte, no queda más solución que acudir a quien murió por nosotros y resucitando nos abrió la esperanza, para que, como en esta vida en que nos encontramos no tenemos más salida que la muerte y no podemos hacer perpetua esa vida que tanto amamos, nos refugiemos en quien nos prometió la eterna. Considerad, hermanos, lo que nos prometió el Señor: vida eterna y feliz al mismo tiempo.


 (San Agustín)

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