Grandes pecadores.
Así como quien está llamado a un destino elevado, si cae, cae muy bajo.
Así también quien está muy bajo, en el fondo del abismo del pecado, si quiere
puede subir a lo más alto de la santidad, abriéndose a la Misericordia de Dios,
y llegar así a ser un grandísimo santo.
Por eso no hay que despreciar a nadie por pecador que sea, porque se
puede convertir y nos puede dejar atrás en el camino de la perfección.
Como dice el Apóstol San Pablo: “El que esté de pie, cuide de no caer”.
Porque a veces ya vivimos sin cometer pecados graves y más o menos santamente,
y acostumbrados a esta gracia nos parece que es por mérito propio, sin recordar
que este estado es también una gracia de la Misericordia divina, que si nos dejara
de su mano, caeríamos en los más graves desórdenes y pecados.
Así es que el Señor nos manda no juzgar a nadie, porque no sabemos
cuántos auxilios ha recibido ese que vemos muy pecador, y que si hubiera
recibido todos los dones, gracias y auxilios que recibimos nosotros en nuestra
vida, seguramente sería mucho más santo que nosotros ahora.
Ninguno se considere perdido hasta que no esté ya en el Infierno, porque
la Misericordia de Dios es infinita, y cuanta mayor miseria encuentra para
quemar en un alma, tanto más obra prodigios de gracias; y de un montón de
podredumbre, puede hacer un santo que será la admiración del Cielo y de la
tierra.
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