Hoy me puedes dejar
dos enseñanzas con este pasaje, la gratitud y el testimonio. Siempre por donde
ibas, pasabas haciendo el bien: milagros, curaciones, enseñanzas. De verdad que
el pueblo estaba sorprendido y se maravillaba de todo lo que hacías. También es
cierto que no entendían muchas veces tu forma de actuar y de hablar, sin
embargo, habías cautivado su atención. Ellos sólo recibían de Ti, bienes y, a
pesar de ello, la gratitud en pocas ocasiones surge.
Son contadas las veces en las que en el Evangelio se diga que alguno se haya acercado a agradecerte algún beneficio. Por el contrario, hoy toman piedras para lanzártelas. Y escucho que diriges a mi vida, ese lamento: «¿Por cuál de todas las cosas buenas que he hecho por Ti, quieres apedrearme?»
Tal vez me falta gratitud ante tus dones; no sé descubrir los bienes que vas sembrando en el campo de mi vida y de mi historia. No soy consciente del don de la vida, de mi cuerpo, de mi salud, de poder respirar, de estar acompañado por personas que amo y que me aman, de ser libre, de poder entrar en contacto directo contigo. Permíteme, Señor, descubrir tu acción en mi vida, y más que tu acción, tu presencia.
Quizá no tome piedras físicas para lanzártelas, pero a veces sí te arrojo las piedras de mi indiferencia, de mi ingratitud, de mi desilusión por no darme lo que te pido, o no ser o actuar como a mí me parece. Es sobre todo en los momentos de dificultad, Jesús, cuando más puedo tener las rocas en la mano, dispuesto a lapidarte por estar en ese problema, por no encontrar una solución. Y entonces olvido los bienes que has ido dejando en mi vida y que los momentos de oscuridad me impiden ver. Dame la gracia, Señor, de ser un seguidor tuyo lleno de gratitud por todos los regalos que día a día me das. La gratitud es señal de fidelidad y de amor, de correspondencia y de humildad, de sencillez y de sinceridad.
«Es útil repetir a
menudo esta práctica y acordarse: En ese momento Dios me dio esta gracia y yo
he respondí así…, decirse: Hice esto, eso y aquello y darse cuenta de cómo Dios
nos ha acompañado siempre. De esta manera llegamos a un nuevo encuentro, que
podría llamarse el encuentro de la gratitud, en el que se podría rezar así:
¡Gracias Señor por esta compañía que Tú me has dado, por este camino que has
hecho conmigo!, y también pedir perdón por los pecados y los errores de los que
podemos darnos cuenta, conscientes de que Dios camina con nosotros y no se
asusta de nuestras maldades, está ¡siempre ahí!».
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de abril de 2016, en santa Marta).
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