Hoy la Iglesia celebra a San Martín de Tours, obispo y soldado de Cristo. Un santo que entendió que servir a Dios no es buscar recompensa, sino cumplir con amor su voluntad.
1 El libro de la Sabiduría (Sab 2,23—3,9) nos muestra que Dios creó al hombre incorruptible y que la muerte no tiene la última palabra.
Los justos —como Martín— están “en paz”, porque su vida está “en manos de Dios”.
2 Esa es la diferencia entre el mundo y el creyente: unos ven la muerte como ruina; los otros, como pleno encuentro con Dios.
El justo “resplandecerá como chispa en un rastrojo”, dice la Escritura.
Así vivió San Martín: con una esperanza llena de inmortalidad.
3 El salmo nos invita a bendecir al Señor en todo momento.
La vida de un santo no es un camino sin dolor, sino una alabanza constante en medio de las pruebas.
San Martín supo hacerlo: su espada, que un día cortó la capa para cubrir al pobre, fue luego símbolo de su caridad.
4 Y en el Evangelio (Lc 17,7-10), Jesús nos enseña a vivir sin reclamar méritos: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”
Esa frase resume la humildad de los santos, que no sirvieron para ser admirados, sino porque amaban a Cristo.
5 San Martín de Tours, soldado convertido en obispo, vivió esta palabra al pie de la letra:
No buscó honores ni recompensas. Solo quiso servir a Dios en los pobres, en la Eucaristía y en la Iglesia.
6 Quizá hoy podríamos preguntarnos: ¿sirvo esperando algo a cambio, o sirvo por amor a Dios?
La verdadera santidad no consiste en hacer grandes obras, sino en hacer lo que hay que hacer, por quien hay que hacerlo.
7 San Martín murió pobre, pero rico en gracia.
Por eso la Iglesia canta hoy: “Los que confían en el Señor comprenderán la verdad… y la misericordia es para sus elegidos.”
Ahí está su secreto: confianza, servicio y amor humilde.
Fuente:Sacerdos in æternum

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma