Algunos días después me encontraba orando la Coronilla de la Misericordia cuando escuché la voz del Señor que me decía:
— Pon atención a lo que vas a ver. No temas, pero es necesario que veas.
En ese momento tuve la visión de una habitación en un hospital. Allá se encontraba un caballero, de entre 50 y 65 años (no podía determinar mejor su edad porque se veía enfermo y muy demacrado).
Había varias personas junto a él, de las cuales unas lloraban, pero todos se veían pendientes de su deceso. Se escuchaban llantos desesperados; el hombre se contorsionaba de dolor, sabía que se estaba muriendo, se lo notaba molesto, renegaba mientras decía:
— ¡Cómo me he de morir...! ¡Cómo Dios ha de permitir que me muera...! ¡Hagan algo... no quiero morirme!
Mientras, agitaba su cuerpo bruscamente. Se rebelaba ante la inminencia de la muerte. Se notaba el conflicto, la tortura, la falta de paz. Y me impresionaba ver que la gente que estaba con él no aportaba en nada a la paz de esta alma, nadie oraba.
En el pasillo externo reconocí un pequeño patio donde algunas personas conversaban y reían, algunas fumaban y bebían, absolutamente ajenas al sublime momento que vivía, en conflicto, ese enfermo cercano. El panorama parecía cualquier evento social cotidiano.
Luego vi venir una religiosa, y el Señor me dijo:
— Es una enviada de Mi Madre.
Pude ver entonces a la Virgen que a distancia contemplaba la escena, con las manos juntas orando, mientras le corrían lágrimas por el rostro. Había un ángel al lado del enfermo con un semblante muy triste; con una mano se tapaba el rostro y con la otra tocaba al enfermo. Luego se levantó el ángel y con las manos trataba de despejar muchas sombras que se acercaban hacia el hombre.
Estas formas se veían desfiguradas como con cabeza de venados, osos, caballos; no podía ver con más nitidez porque eran sombras.
Cuando la religiosa ingresó a la habitación se acercó a la cama... Tomó la mano del moribundo. Trató de darle una estampa diciéndole algo. El hombre levantó la mano en signo de rechazo, la religiosa insistió otra vez para acercarle la estampa, pero con el poco aliento que le quedaba el moribundo manoteaba, negando ese acercamiento. Gritaba molesto. La religiosa desocupó el lugar muy triste.
En el pasillo tomó su Rosario y empezó a orar. La gente que la miraba sonreía de manera burlesca; no consideraban en lo más mínimo la importancia que tendría su oración en este delicado momento. Ella los invitaba a rezar, pero los ojos y las muecas manifestaban su claro rechazo.
A los pocos minutos el hombre falleció, y pude observar que cuando su alma salía de su cuerpo, todas esas sombras saltaron sobre él, cada uno lo jaloneaba, parecían fieras, lobos, perros que descuartizaban una presa. De pronto el ángel se puso delante de ellos y, levantando la mano, ordenó:
— ¡Alto! ¡Suéltenlo, primero debe presentarse ante el trono de Dios para ser juzgado!
Alguna gente se puso a llorar alrededor del difunto de manera desesperada, o mejor dicho histérica.
Comprendí entonces la diferencia que hay cuando despedimos a un alma que está en paz y parte con la esperanza puesta en la Misericordia de Dios.
ORACIÓN POR LOS AGONIZANTES
¡Oh misericordioso Jesús, abrasado en ardiente amor de las almas! Te suplico por la agonía de tu Sacratísimo Corazón y por los dolores de tu inmaculada Madre, que laves con tu sangre a todos los pecadores de la tierra que estén ahora en la agonía y tienen que morir hoy. Amén.
Corazón agonizante de Jesús, ten misericordia de los moribundos !
Tomado de : "Providencia Divina " de Catalina Rivas .
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