Que "nuestras cinturas permanezcan ceñidas y
nuestras lámparas encendidas"; seamos "como servidores que esperan a
que su dueño vuelva de la boda " (Lc 12,35). No seamos como esos impíos
que dicen: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos" (1Co 15,32).
Cuanto más incierto es el día de nuestra muerte, más dolorosas son las pruebas
de esta vida; y debemos ayunar y rezar más, porque efectivamente, mañana
moriremos.
"Dentro de poco, les decía el Señor a sus
discípulos, ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver"
(Jn 16,16). Ahora, es la hora sobre la que dijo: "Vosotros lloraréis y os
lamentaréis mientras el mundo estará" (v. 20); esta vida es un tiempo
lleno de pruebas, donde viajamos lejos de él. "Pero, añade, volveré a veros,
y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría" (v.
22).
Mientras tanto la esperanza que así nos da el que
es fiel a sus promesas, no nos deja sin alegría, hasta que seamos colmados por
la alegría superabundante del día en que “ seremos semejantes a él, porque le
veremos tal cual es" (1Jn 3,2), y donde "nadie podrá quitarnos esta
alegría"... "Una mujer que da a luz, dice nuestro Señor, está
afligida porque ha llegado su hora. Pero cuando el niño nace, experimenta una
gran alegría porque al mundo le ha nacido un hombre" (Jn 16,21). Esta
alegría nadie podrá quitárnosla y con la que seremos colmados cuando pasemos de
la concepción presente de la fe, a la luz eterna. Ayunemos pues ahora, y
roguemos, ya que estamos en los días del alumbramiento.
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 210, 5
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 210, 5
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