“El Señor me ha hospedado en este mundo
hecho por sus propias manos.
Ha puesto un fino aire transparente para que yo pueda
respirarlo y ver al mismo tiempo a través de él los
hermosos paisajes, los rostros amados, el cielo azul.
El Señor ha puesto el sol que alumbra mis pasos en el día,
y la luz mitigada de las estrellas que vela mi sueño por
las noches. Ha sujetado el mar a mis pies con una cinta
de arena y la montaña con una raíz de flor.
El Señor ha soltado, en cambio, los ríos y los pájaros
que refrescan y alegran el mundo que me ha dado, y ha hecho crecer también la blanda hierba, los flexibles arbustos, los buenos árboles, prendiéndoles collares de rocío, racimos de frutas, manojos de flores, para regalo de mis labios y mis ojos.
Todo esto ha hecho el Señor. Y, sin embargo, yo, como huésped rústico,
me muevo con torpeza y con desgana, sigo extrañando vagamente otras cosas…
No sé qué intimidad, qué vieja casa mía…”
Dulce María Loynaz.
MISLopez
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