¿Por
qué crees que son diferentes de ti los que viven como hermanos, son servidores
de un mismo señor, y todo lo tienen en común, la esperanza, el temor, el gozo,
la pena, el sufrimiento (puesto que tienen una sola alma venida del mismo Señor
y del mismo Padre)? ¿Por qué dudas de los que han tenido las mismas caídas que
tú, como si tuvieran que alegrarse de tus caídas? El cuerpo no puede alegrase del
mal que sufre uno de sus miembros; es preciso que todo él se duela y trabaje
para curarse.
Allí donde dos fieles están unidos, allí está la Iglesia, pero la
Iglesia es Cristo. Así pues, cuando tú abrazas las rodillas de tus hermanos,
tocas a Cristo, y es a Cristo a quien suplicas. Y cuando los hermanos, por su
parte, derraman lágrimas por ti, es Cristo quien sufre, es Cristo quien pide al
Padre. Lo que el Hijo pide pronto está concedido.
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