En la Ley dada por Moisés, que era tan sólo una sombra de lo que había
de venir (Col 2,17), Dios daba a todos la orden de descansar y no hacer ningún
trabajo en día de sábado. Pero ello no era más que un símbolo y una sombra del
verdadero sábado, lo cual se concedió al alma del Señor... En efecto, el Señor
llama al hombre al descanso diciéndole: «Venid todos los que estáis cansados y
agobiados que yo os haré descansar (Mt 11,28). Y a todas las almas que confían
en él y se le acercan les da el descanso liberándolas de los pensamientos
penosos, agobiantes e impuros. Entonces estas dejan completamente de darse al
mal y celebran un auténtico sábado, delicioso y santo, una fiesta del Espíritu,
con un gozo y alegría inexpresables. Dan a Dios un culto puro, agradable y que
procede de un corazón puro. Éste es el sábado verdadero y santo.
También
nosotros pues, supliquemos a Dios que nos haga entrar en este descanso, que nos
veamos libres de pensamientos vergonzosos, malos y vanos, a fin que podamos
servir a Dios con corazón puro y celebrar la fiesta del Espíritu Santo.
Dichosos los que entran en este descanso.
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