Hay que darse cuenta de una cosa: cuando experimentamos un
sufrimiento, lo que más daño nos hace no es tanto éste como su rechazo, porque
entonces al propio dolor le añadimos otro tormento: el de nuestra oposición,
nuestra rebelión, nuestro resentimiento y la inquietud que provoca en nosotros.
La tensa resistencia que genera en nuestro interior y la no aceptación del
sufrimiento hacen que éste aumente. Mientras que, cuando estamos dispuestos a
aceptarlo, se vuelve de golpe menos doloroso. «Un sufrimiento sereno deja de
ser un sufrimiento», decía el cura de Ars.
Cuando sobreviene el dolor, es perfectamente normal intentar
remediarlo en la medida de lo posible. Si me duele la cabeza, tendré que
tomarme una aspirina para aliviarme. Pero siempre habrá sufrimientos
irremediables que conviene esforzarse en aceptar con tranquilidad. Y esto no es
masoquismo, ni gusto por el dolor, sino todo lo contrario, porque la aceptación
de un sufrimiento hace éste mucho más soportable que la crispación del rechazo.
Una realidad comprobable también en el plano físico: quien se da un golpe
estando endurecido y tenso, se hace mucho más daño que el que lo recibe
distendido. A veces querer eliminar un sufrimiento a cualquier precio provoca después
sufrimientos mucho más difíciles de sobrellevar. Es sorprendente ver lo
desgraciados que somos en nuestra vida diaria a causa de la mentalidad
hedonista de nuestra sociedad, para la cual cualquier dolor es un mal y hay que
evitarlo a toda costa.
Quien adopta como línea de conducta habitual la huida del dolor,
el no aceptar más que lo grato y cómodo rechazando lo demás, antes o después
acabará cargando con cruces más pesadas que quien se esfuerza por aceptar de
buen grado un sufrimiento que, considerado con realismo, es imposible eliminar.
En la adhesión al dolor encontramos fuerza. ¿No habla la
Escritura del «pan de lágrimas»?30 . Dios es fiel y siempre da la fuerza
necesaria para asumir, un día tras otro, lo más duro y difícil de nuestra vida.
Dice Etty Hillesum: «Desde el momento en que me he mostrado dispuesta a
afrontarlas, las pruebas siempre se han transformado en belleza». Sin embargo,
no disponemos de la misma gracia para soportar el dolor suplementario que nos
procuramos a nosotros mismos con nuestro rechazo de las contrariedades normales
de la vida.
Añadiremos que el auténtico mal no es tanto el dolor como el
miedo al dolor Si lo acogemos con confianza y con paz, el dolor nos hace
crecer, nos educa, nos purifica, nos enseña a amar de modo desinteresado, nos
hace humildes, mansos y comprensivos con el prójimo. El miedo al dolor, por el
contrario, nos endurece, nos encorseta en actitudes protectoras y defensivas, y
a menudo nos conduce a decisiones irracionales de nefastas consecuencias. «Los
peores sufrimientos del hombre son los que se temen», dice Etty Hillesunill. El
sufrimiento malo no es el vivido, sino el «representado», ése que se apodera de
la imaginación y nos coloca en situaciones falsas. El problema no está en la
realidad, que es esencialmente positiva, incluso en su parte dolorosa, sino en
nuestra representación de la realidad.
Del libro LA LIBERTAD INTERIOR, JACQUES PHILIPPE