La creación entera
es obra de Dios, que además cuida amorosamente
de todas las criaturas
–-hasta la más
pequeña– empezando por mantenerlas constantemente en la
existencia.
Este cuidado y
providencia se extiende muy particularmente
a nosotros, al hombre que somos el objeto
de su predilección.
Nuestro Padre quiere
lo mejor para sus hijos.
Lo que podríamos
imaginar, para nosotros mismos y para aquellos a
quienes más amamos, se queda muy lejos
de los planes divinos.
Él sabe muy bien lo
que necesitamos, y su mirada alcanza
esta vida y la eternidad.
A diario encontramos
sufrimientos, preocupaciones y trabajos, pero
debemos llevarlos como hijos de Dios, sin agobios, sin
rebeldías ni tristezas porque sabemos que Él permite esos
sucesos, que parecen un desastre,
para purificarnos y
convertirnos en corredentores.
Cuando creas que
Dios no se acuerda de ti, cuando sientas que a nadie le importas, cuando no sepas quien eres, pon tu mano en tu corazón y al sentirlo
constante y vivo te darás cuenta de que cada latir es un
respiro que Dios pone en tu vida, y que siempre hay
Alguien que se preocupa por ti y para quien eres
muy importante... tu Padre Dios.
No vayamos agobiados
por la vida, examinemos hoy si llevamos
verdaderamente con paz la contradicción, el dolor y el
fracaso, y si éstos nos acercan a nuestro Padre Dios y nos
hacen más humildes.
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