¡Cuántas veces llegamos al fin del día, cansados, hastiados de
todo, lejos de la paz y con nuestro espíritu sofocado por los intereses
materiales! Y si nos ponemos a pensar qué hemos hecho durante el día,
encontramos que tal vez en todo ese tiempo de veinticuatro horas que Dios nos
ha concedido por su amor y misericordia hacia nosotros, no hemos dicho
“gracias” a Dios, no le hemos dicho al Señor que lo amamos.
Entonces hagamos el propósito para el día siguiente, de no estar tan absorbidos por las cosas, de manera que nos olvidemos de Dios y de darle gracias y de decirle: “Te amo Jesús”, “Te amo María, Madre mía querida”. Porque tenemos que recordar que el primer mandamiento, el más importante es amar a Dios con todas nuestras fuerzas y sobre todas las cosas.
No nos olvidemos tampoco de darle gracias a Dios por la jornada vivida, que quizás, como la hemos vivido trabajando y ocupados, tal vez no hemos cometido pecado considerable, y eso es muy bueno y debemos darle gracias a Dios que no ha permitido que Le ofendiéramos.
En definitiva tenemos que acordarnos de Dios, porque si amamos a Dios, si queremos cumplir el primer mandamiento, no podemos olvidarnos del Señor durante el día, durante la vida. ¿Dónde se ha visto que dos enamorados no quieran estar juntos y conversar y decirse palabras de amor y ternura? Pues bien, Dios y nuestra alma son dos enamorados que necesitan estar juntos, y debe ser para nosotros una necesidad el amar a Dios, el decirle que lo amamos con todo nuestro ser, el darle gracias, y el simple levantar el corazón de vez en cuando, durante el día, al Cielo, para sonreírle al Señor que nos prepara todo con tanto amor.
Recordemos que las obras de apostolado –y las obras en general-, pasarán y sólo quedará el amor, como bien lo hizo notar Jesús a Marta y María, diciendo que María había elegido la mejor parte, la de amar.
Está bien que hagamos cosas, y que las hagamos con mucho amor. Pero, además, en el transcurso del día, tenemos que decirle a Dios que lo amamos, agradecerle, acordarnos de Él, porque es nuestro Todo, ya que sin Él somos nada.
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