Vida, de la que tú me ofreces,
o muerte, segura, cierta que yo persigo
y que en el mundo vivo a todas horas.
Alegría, que brota desde el fondo de las personas,
o sonrisas, que en surtidores de mentiras,
me refugio en el hombre que errante, busca.
¿Qué quieres ser para mí, Señor?
Respuesta que calme mis heridas,
mi soledad y mi desconcierto,
mi egoísmo y mis debilidades…
o, por el contrario,
dulces que, hoy dulcifican mi paladar,
pero que mañana me dejan insatisfecho,
con ansias de más de lo efímero
y sin referencia a lo eterno.
¿Qué quieres ser para mí, Señor?
Verdad, que se abre como un abanico
frente a tanta mentira.
O, falsedades, que añoro y me seducen,
para no complicarme demasiado mis años.
¿Qué quieres ser para mí, Señor?
El Hijo de Dios, que me ofrece VIDA ETERNA
o, por el contrario, simplemente
hombre que sale al encuentro del hombre,
sin más pretensión que llenarle de satisfacciones.
Que seas para mí, Señor.
Ilusión que me empuje a trabajar por tu Reino.
Fe que me ayude a sentirte siempre presente.
Esperanza que me anime en el desaliento.
Amor que haga desplegar lo mejor de mí mismo.
Ayúdame, Señor, en este Año de la Misericordia,
a descubrir este tesoro que llevo entre manos.
Un tesoro que, tal vez por el paso del tiempo,
no lo veo con claridad o hasta lo he olvidado.
Un tesoro, la fe, que por mis falsas seguridades
digo conocerlo cuando, en realidad, vivo muy lejos.
Amén.
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