"Den y se les dará. Les volcarán sobre el
regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante".
Estoy segura de que también tú has experimentado
esta verdad evangélica. Cuando ayudaste a una persona enferma, cuando
consolaste a alguien que estaba triste, cuando estuviste al lado de quien se
sentía solo ¿no te ha sucedido a veces probar una alegría y una paz que no
sabías de dónde venían?
Es la lógica del amor. Cuanto más uno se dona, tanto más se enriquece.
Sí, es el amor el que nos hace ser.
Nosotros existimos porque amamos.
No nos queda otra cosa que amar.
Sólo así Dios se dará a nosotros y con Él llegará la plenitud de sus dones.
Demos concretamente a quien está a nuestro alrededor, seguros de que dándole a él le damos a Dios; demos siempre; demos una sonrisa, un acto de comprensión, un perdón, una escucha; demos nuestra inteligencia, nuestra disponibilidad, demos nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras ideas, nuestra actividad, demos la experiencia, las capacidades, los bienes para compartir con los demás, de manera que nada se acumule y todo circule.
Nuestro dar abre las manos de Dios que, en su providencia, nos llena con sobreabundancia para poder dar más todavía y mucho, y volver a recibir y poder así ir al encuentro de las inmensas necesidades de muchos.
El don más grande que Jesús quiere hacernos es Él mismo, que quiere estar siempre presente en medio de nosotros: esta es la plenitud de la vida, la abundancia de la cual quiere colmarnos.
Jesús se da a sus discípulos cuando lo siguen unidos. Por lo tanto, esta palabra de vida nos recuerda también la dimensión comunitaria de nuestra espiritualidad.
Es la lógica del amor. Cuanto más uno se dona, tanto más se enriquece.
Sí, es el amor el que nos hace ser.
Nosotros existimos porque amamos.
No nos queda otra cosa que amar.
Sólo así Dios se dará a nosotros y con Él llegará la plenitud de sus dones.
Demos concretamente a quien está a nuestro alrededor, seguros de que dándole a él le damos a Dios; demos siempre; demos una sonrisa, un acto de comprensión, un perdón, una escucha; demos nuestra inteligencia, nuestra disponibilidad, demos nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras ideas, nuestra actividad, demos la experiencia, las capacidades, los bienes para compartir con los demás, de manera que nada se acumule y todo circule.
Nuestro dar abre las manos de Dios que, en su providencia, nos llena con sobreabundancia para poder dar más todavía y mucho, y volver a recibir y poder así ir al encuentro de las inmensas necesidades de muchos.
El don más grande que Jesús quiere hacernos es Él mismo, que quiere estar siempre presente en medio de nosotros: esta es la plenitud de la vida, la abundancia de la cual quiere colmarnos.
Jesús se da a sus discípulos cuando lo siguen unidos. Por lo tanto, esta palabra de vida nos recuerda también la dimensión comunitaria de nuestra espiritualidad.
A los que tienen el amor recíproco, a los que
viven la unidad, se le dará la Presencia misma de Jesús en medio de ellos.
Amemos entonces, amemos a todos
Amemos entonces, amemos a todos
Chiara Lubich
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