Como ciertos
utensilios, también las personas
necesitamos una revisión personal de nuestra vida. El mejor escáner es la
Palabra de Dios. Escúchala y medítala con cierta frecuencia. Te dará pistas para
situar aquellos aspectos de tu persona que no están en armonía con Jesús
Participar en una
fiesta implica el revestirse interior y exteriormente en consonancia con la situación. La Pascua, la cruz, el
amor de Dios, la muerte de Jesús y su Resurrección, nos exige derribar esos
muros que nos impiden vivir cerca de Él.
En cuaresma, durante
40 días, intentamos recuperar el
brillo perdido de nuestra fe cristiana. Acompañar a Jesús en el camino hacia la
cruz. En definitiva tenemos un reto: recuperar y consolidar el estilo de los
primeros cristianos que celebraban con gran alegría la Pascua del Señor.
Aprovechemos este
tiempo para convertirnos
(regresar de caminos equivocados), para entrar en una comunión más perfecta con
Dios (la oración) y para no olvidar los sufrimientos de los demás (la limosna).
La cuaresma es un
espacio de tiempo en el que peregrinamos hacia el interior de nosotros mismos. Ante tanta
dispersión, estas semanas, nos invitan al recogimiento, a la reflexión y a
encontrarnos con nosotros mismos. Jesús nos acompaña.
La cuaresma es un
camino que nos lleva al Señor. No nos detengamos en ninguno de sus cuarenta peldaños. Este tiempo tiene
un fin: llevarnos al encuentro personal con la misericordia de Dios. Lo hace
por nosotros. Por nuestra salvación.
Que contemplando la
cruz, y arropados por María y
por Juan, acompañemos al Señor que ofrece todo lo que es por la humanidad. En
Juan tendremos un amigo y, en la Virgen, una buena Madre.
Muchos son los ídolos
que llaman nuestra atención.
Que no nos
acostumbremos a tener al Señor como una especie de legado, de herencia de
tiempos pasados. Es mucho más: ¡es el Señor! ¡El Salvador que nos revela
plenamente el amor que Dios nos tiene!
Saltar al camino de la
cuaresma es saber que estamos llamados
a despojarnos de aquello que nos impide ser “otros cristos”. La oración, el
ayuno y la limosna nos abrirán una ventana a Dios, una oportunidad para el
dominio personal y una mano para el que vive en dificultades.
Los cuarenta días de
la cuaresma pueden ser un
noviazgo entre el Señor y cada uno de nosotros. Es la hora de tomar posiciones:
¿El pecado o la gracia? ¿La vida o la muerte? ¿La conversión o la
mediocridad? ¿La verdad o la mentira? ¿La oración o la
dispersión?
La cuaresma es un
tiempo de conocimiento de Jesús.
Que no falte su
Palabra y la eucaristía diaria. Sólo así podremos comprender y entender lo qué
quiere de nosotros y seremos fuertes en el duro combate de la vida.
La cuaresma es un
“volver a casa”. Como el hijo pródigo meditamos nuestros errores y nuestras traiciones a
Dios Padre. Pensándolo es bueno dar marcha atrás, examinar y clarificar nuestra conciencia y blanquear nuestro
interior con una buena confesión sacramental
La cuaresma es
discernimiento y, también, afán identitario de lo que somos: cristianos. Jesús va por
delante y nos muestra esa opción desde la proclamación pausada del Evangelio
diario.
Igualmente, este
periodo pre-pascual, es una oportunidad para dar testimonio de nuestra fe. Los discípulos,
camino de Jerusalén, acompañaron al Señor. Se dejaron seducir por su Palabra,
oración y milagros. Que no nos perdamos en el inmenso carnaval que nos rodea.
La cuaresma no es un
fin en sí misma; es un camino que desemboca en la Pascua. En la pasión, muerte y
resurrección de Jesús. No aventurarnos a recorrer este camino no nos facilitará
el vivir con intensidad esos misterios que nos aguardan.
Toda obra escrita
tiene un índice. La gran obra redentora de Jesús fue su “semana santa”. La cuaresma es un
índice que nos ayuda a centrar y nos conduce a celebrar la obra de la salvación
que Jesús nos trae en la Pascua.
P. Javier Leoz
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