1. Estas son tus palabras, ¡oh buen Jesús, Verdad
eterna! Aunque no fueron dichas en un tiempo, ni escritas en un mismo
lugar. Y pues son tuyas, y verdaderas, debo yo recibirlas todas con
gratitud y con fe. Tuyas son, pues, Tú las dijiste; y también son mías,
pues las dijiste por mi bien. Muy de grado las recibo de tu boca, para
que sean más profundamente grabadas en mi corazón. Despiértame palabras
de tanta piedad, llenas de dulzura y de amor; mas por otra parte mis
propios pecados me espantan, y mi
mala conciencia me retrae de
recibir tan altos misterios. La dulzura de tus palabras me convida; mas
la multitud de mis vicios me oprime.
2. Me mandas que me llegue a Ti
con gran confianza, si quiero tener parte contigo, y que reciba el
manjar de la inmortalidad, si deseo alcanzar vida y gloria para siempre.
Dices: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que
yo os recrearé. ¡Cuán dulces y amables son a los oídos del pecador estas
palabras, por las cuales Tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al
mendigo a la comunión de tu Santísimo Cuerpo! Mas ¿quién soy yo, Señor,
para que presuma llegarme a Ti? Veo que no cabes en los
cielos de los cielos; y Tú dices: ¡Venid a Mí todos!
3. ¿Qué quiere decir esta tan piadosa dignación, y este tan amistoso
convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en
que pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi habitación yo que tantas
veces ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles
tiemblan: los Santos y justos temen. Y Tú dices: !Venid a Mí todos! Si
Tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería? Y si Tú no lo mandases,
¿quién osaría llegarse a Ti?
4. Noé, varón justo, trabajó cien años
en fabricar una arca para guarecerse en ella con pocas personas: ¿pues
cómo podré yo en una hora prepararme para recibir con reverencia al que
fabricó el mundo? Moisés, tu gran siervo y tu amigo especial, hizo una
arca de madera incorruptible, y la guarneció de oro purísimo para poner
en ella las tablas de la Ley; ¿y yo, criatura podrida, osaré recibirte
tan fácilmente a Ti, hacedor de la ley y dador de la vida? Salomón, el
más sabio de los reyes de Israel, edificó en siete años, en honor de
tu nombre, un magnífico templo. Celebró ocho días la fiesta de su
dedicación, ofreció mil hostias pacíficas, y colocó solemnemente el Arca
del Testamento, con músicas y regocijos, en el lugar que le estaba
preparado. Y yo, miserable y más pobre de los hombres, ¿cómo te
introduciré en mi casa, que difícilmente estoy con devoción media hora? Y
¡ojalá que alguna vez gastase bien media hora!
5. ¡Oh Dios mío!
¿Qué no hicieron aquellos por agradarte? Mas ¡ay de mí! ¡Cuán poco es lo
que yo hago! ¡Qué corto tiempo gasto en prepararme para la Comunión!
Rara vez estoy del todo recogido, y rarísima me veo libre de toda
distracción. Y en verdad, que en tu saludable y divina presencia no
debiera ocurrirme pensamiento alguno poco decente, ni ocuparme criatura
alguna; porque no voy a hospedar a algún ángel, sino al Señor de los
ángeles.
6. Además, hay grandísima diferencia entre el Arca del
Testamento con cuanto contenía, y tu purísimo Cuerpo con sus inefables
virtudes; entre aquellos sacrificios de la ley antigua que figuraban los
venideros, y el sacrificio de tu cuerpo, que es el cumplimiento de
todos los sacrificios antiguos.
7. ¿Por qué, pues, no me inflamo más
en tu venerable presencia? ¿Por qué no me dispongo con mayor cuidado
para recibirte en el Sacramento, al ver que aquellos antiguos santos
patriarcas y profetas, reyes y príncipes, con todo su pueblo, mostraron
tanta devoción al culto divino?
8. El devotísimo rey David bailó con
toda su fuerza delante del arca de Dios, acordándose de los beneficios
hechos en otro tiempo a los padres. Hizo diversos instrumentos músicos;
compuso salmos, y ordenó que se cantasen con alegría; y aun él mismo los
cantó frecuentemente el arpa, inspirado de la gracia del Espíritu
Santo; enseñó al pueblo de Israel a alabar a Dios de todo corazón, y
bendecirle y celebrarle cada día con voces acordes. Pues si tanta era
entonces la devoción, y tanto se pensó en alabar a Dios delante del Arca
del Testamento, ¿cuánta reverencia y devoción debo yo tener, y todo el
pueblo cristiano, a presencia del Sacramento y al recibir el Santísimo
cuerpo de Cristo?
9. Muchos corren a diversos lugares para visitar
las reliquias de los Santos, y se maravillan de oír sus hechos, miran
los grandes edificios de los templos, y besan los sagrados huesos
guardados en oro y seda. Y Tú estás aquí presente delante de mí en el
altar, Dios mío, Santo de los Santos, Criador de los hombres y Señor de
los ángeles. Muchas veces los hombres hacen aquellas visitas por la
novedad y por la curiosidad de ver cosas que no han visto; y así es que
sacan muy poco fruto de enmienda, mayormente cuando andan con liviandad,
de una parte a otra, sin contrición verdadera. Más aquí, en el
Sacramento del Altar, estás todo presente, Jesús mío, Dios y hombre; en
él se coge copioso fruto de eterna salud todas las veces que te
recibieren digna y devotamente. Y a esto no nos trae ninguna liviandad
ni curiosidad o sensualidad; sino la fe firme, la esperanza devora, y la
pura caridad.
10. ¡Oh Dios invisible, Criador del mundo, cuán maravillosamente lo
haces con nosotros! ¡Cuán suave y graciosamente te portas con tus
escogidos, a quienes te ofreces a Ti mismo en este Sacramento para que
te reciban! Esto, en verdad, excede sobre todo entendimiento; esto
especialmente cautiva los corazones de los devotos y enciende su afecto.
Porque los verdaderos fieles tuyos, que se disponen para enmendar toda
su vida, de este Sacramento dignísimo reciben continuamente grandísima
gracia de devoción y amor de la virtud.
11. ¡Oh admirable y
escondida gracia de ese Sacramento, la cual conocen solamente los fieles
de Cristo! Pero los infieles y los que sirven al pecado, no la pueden
gustar. En este Sacramento se da gracia espiritual, se repara en el
alma la virtud perdida, y reflorece la hermosura afeada por el pecado.
Tanta es algunas veces esta gracia, que de la abundante devoción que
causa, no sólo el alma, sino aun el cuerpo flaco siente haber recibido
fuerzas mayores.
12. Pero es muy mucho de sentir y de llorar nuestra
tibieza y negligencia, porque no nos movemos con mayor afecto a recibir
a Cristo, en quien consiste toda la esperanza y el mérito de los que se
han de salvar. Porque El es nuestra santificación y redención, El
nuestro consuelo en esta peregrinación y el gozo eterno de los Santos. Y
así es muy digno de llorarse el poco caso que muchos hacen de este
saludable Sacramento, el cual alegra al cielo, y conserva al universo
mundo. ¡Oh ceguedad y dureza del corazón humano, que tan poco atiende a
tan inefable don, y por la mucha frecuencia ha venido a reparar menos en
él!
13. Porque si este sacratísimo Sacramento se celebrase en un solo lugar y
se consagrase por un solo sacerdote en todo el mundo, ¿con cuánto deseo
y afecto acudirían los hombres a aquel sacerdote de Dios para verle
celebrar los divinos misterios? Mas ahora hay muchos sacerdotes, y se
ofrece Cristo en muchos lugares, para que se muestre tanto mayor la
gracia y amor de Dios al hombre, cuanto la sagrada Comunión es más
liberalmente difundida por el mundo. Gracias a Ti, buen Jesús, pastor
eterno que te dignaste recrearnos a nosotros pobres y desterrados, con
tu precioso cuerpo y sangre; y también convidarnos con palabras de tu
propia boca a recibir estos misterios, diciendo:
Venid a Mí todos los
que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os aliviaré.
"A la hora de la Elevación. "Santo es aquél que tiene el mayor grado
de Fe, de Esperanza y de Caridad. Ten, con todo respeto, la intención de
reparar las irreverencias que se cometen en Mis Templos.
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