Para que, mi rostro al igual que el tuyo,
sea irradiación del Dios que vive en mí y tanto quiero.
Y, descubriéndolo como mi todo y mi vida,
hable de tal manera con Él
que, en el monte de mi existencia,
pueda exclamar: ¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
Cámbiame, Señor.
Y, sintiéndome tocado por tu gracia,
no acalle ni limite la voz que pregone tu poder,
la voz que cante tus hazañas,
la voz que alabe tu santidad y tu grandeza.
Cámbiame, Señor.
Que cuando la prueba me asalte en el camino,
sepa que, tu presencia, me acompaña,
me guía, me consuela y me empuja a seguir adelante.
Que, cuando mire al cielo, como Tú miraste,
crea, escuche y me embargue
la presencia de un Dios que se fía de mí,
que confía en mí y que tanto espera de mí.
Cámbiame, Señor.
Siendo testigo de tu reino
de que, otro mundo, todavía es posible.
Porque, Tú Jesús, eres el enviado,
el Ungido, el preferido, el amado.
Aquel que es capaz, por su obediencia,
de cambiar a toda la humanidad.
P. Javier Leoz
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