Espejo donde, cuando yo me mirara,
viese que el Evangelio llamea en mi pobre vida.
Aliento que, en el caminar por donde avanzo,
fuera ánimo y temple para tantos hermanos
que necesitan un poco de sosiego y de esperanza.
Yo quisiera ser, María.
Una estrella de tu corona
para recoger sobre tus sienes de Madre,
aquellas sensaciones divinas
que, en un Nazaret inolvidable,
recibiste de una voz con rostro de Ángel.
Yo quisiera ser, María.
Palabra limpia, como la que Tú pronunciaste
al abrirse repentinamente y sin esperar,
la cortina de tu humilde morada.
Pensamiento lúcido, como el que Tú tuviste
para que saber que, lo que venía del cielo,
no era sueño ni pesadilla
si no, entre otras cosas, Encarnación del Verbo.
Yo quisiera ser, María.
Pies en el camino para descubrir a Cristo
como, los tuyos, que bien dispuestos y valientes,
cubrieron la distancia que separaba
a Dios con el hombre de la tierra.
Labios, limpios y prudentes,
que desvelen sentimientos de fe y de vida,
de paz y de gloria, de obediencia y sencillez.
Yo quisiera ser, María.
Tocado por esa Gracia que te hizo hermosa,
grande, bella, única, irrepetible,
y apetecible ante los ojos de Dios.
Guiado por la fuerza del Espíritu,
que te hizo comprender
que, Dios, lo que promete… siempre cumple,
que, Dios, lo que propone… siempre espera,
que, Dios, lo que anuncia…. siempre salva.
Yo quisiera en este día, María.
Decirte que eres Inmaculada, hermosa,
limpia y sin resquicio para la duda.
Decirte que eres Inmaculada,
es aspirar, aunque me digan lo contrario,
a lo que en tus entrañas acogiste,
con dulzura, verdad y radicalidad evangélica.
Amén.
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