Homilía en la Santa Misa del 1er.
Domingo de Cuaresma.
1 de marzo de1998
Queridos hermanas y hermanos:
1.«Jesús (...) fue llevado por el
Espíritu al desierto, y tentado allí por el diablo durante cuarenta días» (Lc
4, 1-2). Antes de
comenzar su actividad pública, Jesús, llevado por el Espíritu Santo, se retira
al desierto durante cuarenta días. Allí, como leemos hoy en el Evangelio, el
diablo lo pone a prueba, presentándole tres tentaciones comunes en la vida de todo
hombre: el atractivo de los bienes materiales, la seducción del poder humano y
la presunción de someter a Dios a los propios intereses.
La lucha victoriosa de Jesús contra
el tentador no termina con los días pasados en el desierto; continúa durante los
años de su vida pública y culmina en los acontecimientos dramáticos de la
Semana Santa. Precisamente con su muerte en la
Cruz, el Redentor triunfa definitivamente sobre el mal, liberando a la
humanidad del pecado y reconciliándola con Dios. Parece que San Lucas quiere
anunciar, ya desde el comienzo, el cumplimiento de la salvación en el Gólgota.
En efecto, concluye la narración de las tentaciones mencionando a Jerusalén,
donde precisamente se sellará la victoria pascual de Jesús.
La escena de las tentaciones de
Cristo en el desierto se renueva cada año al comienzo de la Cuaresma. La
liturgia invita a los creyentes a entrar con Jesús en el desierto y a seguirlo
en el típico itinerario penitencial de este tiempo cuaresmal, que ha comenzado
el miércoles pasado con el austero rito de la ceniza.
2.«Si tus labios profesan
que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los
muertos, te salvarás» (Rm 10, 9). Las palabras del
apóstol Pablo, que acabamos de escuchar, ilustran bien el estilo y las
modalidades de nuestra peregrinación cuaresmal. ¿Qué es la penitencia sino un
regreso humilde y sincero a las fuentes de la fe, rechazando prontamente la
tentación y el pecado, e intensificando la intimidad con el Señor en la
oración?
En efecto, sólo Cristo puede liberar al hombre de
lo que lo hace esclavo del mal y del egoísmo: de la búsqueda ansiosa de los
bienes materiales, de la sed de poder y dominio sobre los demás y sobre las
cosas, de la ilusión del éxito fácil, y del frenesí del consumismo y el
hedonismo que, en definitiva, perjudican al ser humano.
Queridos hermanos y hermanas, esto es
lo que nos pide claramente el Señor para entrar en el clima auténtico de la
Cuaresma. Quiere que en el desierto de estos cuarenta días aprendamos a
afrontar al enemigo de nuestras almas, a la luz de su palabra de salvación. Pidamos al Espíritu Santo que
vivifique nuestra oración, para que estemos dispuestos a afrontar con valentía
la incesante lucha de vencer el mal con el bien.
3.«Entonces clamamos al Señor
(...), y el Señor escuchó nuestra voz» (Dt 26, 7). La
profesión de fe del pueblo de Israel, narrada en la primera lectura, presenta
el elemento fundamental alrededor del cual gira toda la tradición del Antiguo
Testamento: la liberación de la esclavitud de Egipto y el nacimiento del pueblo
elegido.
La Pascua de la antigua Alianza
constituye la preparación y el anuncio de la Pascua definitiva, en la que se
inmolará el Cordero que quita el pecado del mundo.
Queridos hermanos y hermanas, al
comienzo del itinerario cuaresmal volvemos a las raíces de nuestra fe para
prepararnos, con la oración, la penitencia, el ayuno y la caridad, a participar
con corazón renovado interiormente en la Pascua de Cristo.
Que la Virgen Santísima nos ayude en
esta Cuaresma a compartir con dignos frutos de conversión el Camino de Cristo, desde el desierto
de las tentaciones hasta Jerusalén, para celebrar con Él la Pascua de nuestra
redención.
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