Alma devota, grave profundamente en su
espíritu esta enseñanza, común a los maestros de vida espiritual: después de
sus infidelidades, es necesario retornar enseguida a Dios, mismo si cae cien
veces por día.
Esto le devolverá enseguida la paz. (…) Entre
amigos que se aman desde el fondo del corazón, no es raro que un roce reparado
por humildes excusas, estreche aún más la amistad. Haga que así sea entre Dios
y usted: utilice sus faltas para hacer más estrecha su unión de amor con él.
Le ocurre de estar confundido ante una
decisión a tomar o un consejo a dar. También en este caso, no tema y no deje de
actuar con Dios como hacen entre ellos los amigos fieles. En toda ocasión se
consultan: consulte a Dios, pídale de sugerirle la solución que sería más de su
agrado: “Señor, concédeme la fuerza para realizar mi cometido, por medio de mis
palabras seductoras” (cf. Jdt 9,9). Sugiéreme lo que debo hacer o responder y
así lo haré. “Habla Señor, porque tu servidor escucha” (1 Sam 3,10).
Ofrezca a Dios un testimonio de confianza
amical al hablarle no sólo de sus cuestiones personales sino también de las de
su prójimo. ¡Qué placer para el corazón de Dios, si usted olvida a veces sus
propias preocupaciones y recuerda la gloria o infortunios de otros! “¡Oh Dios,
tan digno de amor, hágase conocer y amar! ¡Qué su reino sea adorado y bendecido
por todos, qué su amor reine en todos los corazones!” (…)
Concluyamos. Si quiere seducir el
Corazón amante de su Dios, aplíquese a hablarle lo más seguido posible y, en
cierta forma, continuamente y con la más entera y confiada libertad. No dejará
de responderle y de prolongar él mismo la conversación.
San Alfonso María de Ligorio (1696-1787)
obispo y doctor de la Iglesia
Conversando con Dios (“Manière de converser avec Dieu”, éd. Le Laurier, 1988), trad. sc©evangelizo.org
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