Santísima y siempre
pura Virgen María, Madre de Jesucristo, Reina del mundo y Señora de todo lo
creado; que a ninguno abandonas, a ninguno desprecias ni dejas desconsolado a
quien recurre a Ti con corazón humilde y puro.
No me deseches por
mis gravísimos e innumerables pecados, no me abandones por mis muchas
iniquidades, ni por la dureza e inmundicia de mi corazón me prives de tu gracia
y de tu amor, pues soy tu hijo.
Escucha a este
pecador que confía en tu misericordia y piedad: socórreme, piadosísima Madre
del Perpetuo Socorro, de tu querido Hijo, omnipotente Dios y Señor nuestro
Jesucristo, la indulgencia y la remisión de todos mis pecados y la gracia de tu
amor y temor, la salud y la castidad y el verme libre de todos los peligros de
alma y cuerpo.
En los últimos
momentos de mi vida, sé mi piadosa auxiliadora y libra mi alma de las eternas
penas y de todo mal, así como las almas de mis padres, familiares, amigos y
bienhechores, y las de todos los fieles vivos y difuntos, con el auxilio de
Aquel que por espacio de nueve meses llevaste en tu purísimo seno y con tus
manos reclinaste en el pesebre, tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo, que es
bendito por los siglos de los siglos.
Amén.
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