Cuando un cristiano
está apegado a los bienes,
hace el mal papel de un cristiano que quiere tener dos cosas: el cielo y la
tierra. Y el punto de confrontación es precisamente lo que dice
Jesús: la cruz, las persecuciones, quiere decir negarse a sí mismo, sufrir la
cruz cada día.
Por su parte, los
discípulos tenían esta tentación: seguir a Jesús, ¿pero cuál será el final de
este buen negocio?. Y pensemos en la madre de Santiago y Juan cuando pidió a
Jesús un sitio para sus hijos: "Ah, a este nómbralo primer ministro y a
este ministro de economía". Era el interés mundano en el seguimiento de
Jesús: pero luego el corazón de estos discípulos fue purificado, purificado,
purificado hasta Pentecostés, cuando lo comprendieron todo.
[...] Cuando se
quiere estar con Jesús y con el mundo, con la pobreza y con la riqueza, surge
un cristianismo a medias, que busca la ganancia material: es el espíritu de la mundanidad.
Y ese cristiano, decía el profeta Elías, “cojea con ambas piernas”, pues no
sabe lo que quiere.
Así, la clave para
comprender este discurso de Jesús -cien veces más, pero con la cruz- es la
última expresión: "Muchos
primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros".
Y esto es lo que dice del servicio: "Quien se cree o quien es el más
grande entre vosotros, que sea servidor: el más pequeño". No por
casualidad, al decir estas palabras Jesús tomó un niño y lo mostró.
Seguir a Jesús desde
el punto de vista humano no es un buen negocio: se trata de servir...
Son tres cosas, tres
escalones, los que nos alejan de Jesús: las riquezas, la vanidad y el orgullo.
Por ello las riquezas son
tan peligrosas: te llevan inmediatamente a la vanidad y te
crees importante; pero cuando te crees importante, se te sube a la cabeza y te
pierdes. Es por ello que Jesús nos recuerda el camino: "Muchos primeros
serán últimos, y muchos últimos serán primeros, y quien es el primero entre
vosotros que sea el servidor de todos". Es un camino de abajamiento, el
mismo camino recorrido por Él.
(Homilía en Santa Marta, 26 de mayo de 2015)
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