No usen la
cruz para ponerla en salas donde se murmura y calumnia a cualquiera en tarde de
ocio.
No jueguen con la cruz, porque fue hecha de tosca madera y la llevó uno
que nos quiso de verdad y dejó la vida en ella.
No jueguen con la cruz y no la
cuelguen como un adorno entre pechos casi descubiertos y no la usen como una
prenda colgada en las orejas, porque el que fue colgado en ella no tuvo adorno
alguno y murió abandonado y desposeído de todo.
No jueguen con
la cruz y no la transformen en cruces de oro fino colgadas de asesinos de niños
abortados en clínicas de lujo.
Que la lengua
se convierte en filoso puñal en venenosa flecha que acaba con la fama y el buen
nombre de otros, como pasó con Jesús.
Cuidado con
poner la cruz en oficinas donde se trama el negocio vil de la droga, porque por
él mueren o quedan locos miles de jóvenes que hicieron lo imposible por tener
plata y comprar ese veneno.
Ese dinero les
quemará las manos, las conciencias y las vidas a esos malvados si no se
arrepienten y renuncian a ese comercio.
No jueguen con la cruz, porque es señal
de amor puro y es el recuerdo sagrado del más grande gesto y acción de entrega
total en la historia.
No jueguen con la cruz, que ya lo
hicieron en el pasado cuando el oro recién sacado de nuestras minas por los
indios maltratados y luego por los sufridos negros esclavos, fue fundido y
parte de él se convirtió en lindas cruces con las que gente del imperio engañaron
a altos prelados.
No usen la
cruz en maniáticos ritos de brujería o para extorsionar a los desesperados que
acuden a los adivinos que dicen anunciar el futuro y hacen oraciones y viven
del negocio.
No usemos la
cruz, tampoco, los que brindamos servicios religiosos si es para esconder
nuestra desidia y el pecado de omisión, o para aparentar santidad y tapar
nuestra mediocridad.
Usemos todos
la cruz, honrémosla y pongámosla en lo más alto del templo, en el lugar más
hermoso de la casa, o colgada al cuello, no importa el metal o madera que sea, si
la llevamos con dignidad en nuestra vida y agradecemos al Señor de Señores,
Varón de Dolores, por haber muerto en ella, por nosotros y nuestra salvación.
No juguemos
con la cruz: ¡De ninguna manera!
Con Dios,
somos... ¡Invencibles!
Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.
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