Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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martes, 2 de agosto de 2016

El deber es sonreír






¿Nunca pensaste que Dios podrá pedirte cuenta no sólo de lo que has hecho, sino también de todo lo que hubieras debido hacer y no hiciste?

¿Y no pensaste que muchas veces y en muchas ocasiones hubieras debido sonreír y no lo hiciste?

De esa sonrisa que no ofreciste Dios te podrá pedir cuentas.
No tanto de la sonrisa en sí, cuanto por los efectos que de ella se hubieran podido seguir.

Dios te pedirá cuenta de aquella sonrisa que tus subordinados jamás pudieron ver en ti.

De aquella sonrisa que jamás ofrecías a tus empleados, al cobrador de la luz, al vendedor de los diarios, al cartero, al vendedor ambulante.

De aquella sonrisa que nadie vio en tus labios en los días de mal humor.

De aquella sonrisa que Dios te había dado para tender un puente de simpatía, para hacer un poco más felices a tus hermanos los hombres.

En cambio, aquella sonrisa que dirigiste al pobre, al enfermo, al desvalido, al que se equivocó, al que no tuvo atenciones contigo... si lo hiciste con sinceridad y bondad
¡cuánto agradó al Señor!

Siempre son más hermosas las mañanas llenas de luz que las opacas con poco resplandor; siempre es más atrayente un rostro iluminado por la luz de una sonrisa que el rostro aplastado por el ceño y la preocupación.

Siempre cautiva más el optimismo que el pesimismo, el ansia de superación que la preocupación por el problema.

Es siempre más constructivo presentar la alegría de hacer que la monotonía del permanecer.

Que cuantos te rodean vean en ti siempre la luz, la alegría, el optimismo, el entusiasmo, el deseo de vivir y de obrar; que tus labios comuniquen palabras de aliento, tus ojos alegría de vivir, tu boca sonrisas de paz.

Que tu corazón se halle repleto de esa paz que es indispensable para poderla comunicar a los demás.

Y para ello, que Dios habite en ti, pues donde está Dios, forzosamente estará la paz, la alegría, la felicidad más completa.

Si Dios está contento de ti ¿por qué tú no vas a estar contento de Él?

Y si Dios está contento de ti y tú de Él, ¿qué podrá haber que te impida sentirte plenamente feliz?

 
 


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