Tú que fuiste, hombre
de silencio,
ayúdanos si no somos
misericordiosos
a guardar toda palabra que
pueda ser ofensiva.
Tú que fuiste hombre
de grandes sueños,
haz que no desterremos a
Dios de nuestras vidas.
Tú que hiciste de la
obediencia tu grandeza,
empújanos a ser grandes en
el servicio.
Tú que acogiste en
tus manos a Jesús,
haz que siempre tenga lugar
en nuestra mesa.
Tú que amaste con
locura a María,
haz que, la Madre de la
Misericordia, nos asista
Tú que marchaste
lejos para proteger a Jesús,
que la caridad sea nuestro
carnet de identidad.
Tú que fuiste hombre
de fe,
enséñanos a que la
demostremos con nuestras obras.
Tú que, en la
sencillez, fuiste feliz,
oriéntanos para compartir
nuestra riqueza.
Tú que fuiste fiel
hasta el final,
que confiemos en un Dios
que es misericordia infinita.
Tú que te fiaste de
la voz del ángel,
que sepamos escuchar el
clamor de los más pobres.
Tú que hiciste del
amor tu entrega a Jesús y María,
enciende, en nuestras
entregas, una ofrenda sin límites.
P. Javier Leoz
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