No puedo menos que, en este Jueves Santo, remitirme a una de las frases que el Papa Francisco nos regala en el documento de la convocatoria del Año Santo de la Misericordia: “La caridad es la viga que sostiene la Iglesia”.
1.- Si la caridad es la viga
que sostiene la Iglesia no es menos cierto que, Jueves Santo, es el bosque
donde esa viga nace, crece, se fortalece, consolida, se trocea y hasta se
vende.
Jesús, en este día, nos
presenta tres ventanas por las cuales podemos ver la grandeza de un Dios que
–rico en misericordia y en gestos– se acerca una vez más hasta nuestra
condición humana: servicio, sacerdocio y eucaristía.
En Belén Dios se presentó como
Niño y, a sus 33 años, es quien nos agarra con sus manos (fuimos nosotros los
que con las nuestras lo abrazamos en su nacimiento); es quien, después de
lavarnos los pies, nos besa para decirnos que el amor sin farsa y más radical
es bendecido y consagrado por Dios (en Belén fuimos nosotros los que le
cubrimos a besos).
2.- Jueves Santo no es una
agenda de acciones vacías. Es una llamada de atención: para pasar a la Pascua
eterna primero tenemos que cruzar el umbral de la generosidad y del amor.
-¿Nos inclinamos ante los pies
que reclaman nuestro tiempo?
-¿Besamos las llagas de los
que sufren? ¿Las conocemos o, simplemente, cerramos los ojos
para no verlas?
-¿Es nuestra caridad universal
o limitada, abierta o cerrada, divina o sólo humana?
-¿Está nuestro corazón
sensible al sufrimiento o pendiente de
la felicidad?
No olvidemos que, en este
Jueves Santo, las manos de Cristo son las nuestras; su cintura es la nuestra;
su mirada es la nuestra; sus rodillas se sostienen en las nuestras. ¿Es así o,
tal vez, preferimos tener nuestras manos limpias, nuestra cintura bien cuidada,
nuestras miradas perdidas y nuestras rodillas sobre cómodos almohadones?
3. En este Año de la
Misericordia, el Jueves Santo, adquiere también unas características muy
peculiares. Cuando mucho se habla del amor es porque, ese amor, tal vez falla.
Cuando mucho se incide en algo es porque “ese algo” no goza de buena salud. El
Papa Francisco, de una forma insistente, reclama de nosotros los sacerdotes
identificación plena con Jesús, servicio de puertas abiertas y sanadores de
heridas sin importar la condición física, psíquica o social del enfermo. ¡No es
fácil!
Como Pedro, los sacerdotes, a
veces podemos caer en la negación de lo que decimos ser y sostener. Nuestra
vida, a menudo, está condicionada por una gran realidad: prisas, estrés,
soledades, incomprensión y crítica incluso de puertas hacia dentro. Los
sacerdotes, lejos de ser “dioses”, somos gente de carne y hueso: con nuestra
grandeza y nuestra pobreza, con virtudes y con defectos, con días donde te
comes el mundo y con noches en las que quisieras dejarlo todo en un extremo de
la luna menguante.
4.- El Jueves Santo es un día
en el que, arraigados en el sacerdocio de Cristo, nos damos cuenta de nuestras
limitaciones y hasta de nuestras traiciones. No pretendemos ser más que Cristo
(no lo somos) pero –aun con debilidades- sabemos que somos otros cristos
llamados a ofrecernos y negarnos por vosotros. Pedid para que sepamos presentar
el Evangelio con la misma radicalidad y verdad con que lo hizo nuestro Maestro
y Señor Jesucristo. El Año de la Misericordia también nos hace pensar mucho
sobre nuestro modo de vida y, a veces incluso, en la doble vida que podemos
llevar: riqueza o pobreza, alegría o tristeza, coherencia e hipocresía,
humildad u orgullo, vehemencia o paz, perdón o rencor. Pedid, pidamos, por nosotros.
Que seamos agentes de la misericordia.
5.- Que esta Eucaristía que
Cristo nos mandó perpetuar, celebrar, realizar, actualizar en su nombre nos
lleve a amarnos con todo el corazón y con toda nuestra alma. Que este Jueves
Santo nos ayude a descubrir el potenciar de pasión, muerte y resurrección que
contiene cada misa a la que asistimos durante el resto del año: es Cristo mismo
quien, en las manos del sacerdote, se ofrece, se entrega, muere y resucita.
Hoy de nuevo, como en Belén,
el Amor Divino, está al nivel del suelo. Dejémonos sorprender, seducir y
acariciar por Él.
Javier Leoz
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