INTRODUCCION
San
José tiene su encuadre histórico casi exclusivamente en los Evangelios
de la Infancia de Jesucristo. Por eso, como ellos, San José ha sido
sometido últimamente a un doble sabotaje histórico, que conviene vigilar
y tener muy en cuenta.
Por una parte se ha de procurar liberar la figura histórica de San José del excesivo influjo de los Evangelios Apócrifos, que si bien contienen algunos elementos secundarios aprovechables, hay en ellos bastantes desviaciones y exageraciones opuestas a la sobriedad y sencillez de los Evangelios auténticos de la Infancia de Cristo.
De otra parte, se ha querido confundir estos Evangelios de la Infancia de Jesús con el género de los Midrashim o explicaciones exegéticas un tanto artificiosamente elaboradas de textos del Antiguo Testamento, que después se amplían con una narración o parábola...
Los Evangelios de la Infancia de Cristo, en cambio, parten de hechos históricos y después se acude al texto o textos del Antiguo Testamento, que en ellos se ven cumplidos. Por eso hoy se habla de «la relectura» del Antiguo Testamento a la luz de los hechos del Nuevo Testamento. Lo más que de este complejo puede decirse es que tienen reminiscencias o resonancias midráshicas...
Desde luego que la histórica del cristianismo en sus primeros siglos, pese a los embates de los anteriores fenómenos exegéticos, hoy tiende a purificarse y aquilatarse en su contenido histórico fáctico y teológico, tanto general como circunstancial.
Para nosotros el cerco estrecho de los anteriores controles es una garantía más para nuestro breve trabajo histórico y teológico sobre San José, Esposo de María y Padre de Jesús.
Por lo demás nuestro intento no es componer un libro puramente científico y exhaustivo, sino un trabajo serio que dé base histórica y teológica suficiente y sólida a la Liturgia y Piedad josefinas, especialmente en lo que respecta a la Virginidad del Matrimonio de José y María, tan debatida hoy.
EL JOVEN JOSÉ
El Evangelista San Lucas, en el capítulo segundo de su evangelio, escribe: «Al sexto mes (de la concepción de Juan por Isabel), fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la Casa de David» (1, 26 ss.). En este pasaje lucano nos encontramos con un puñado de noticias, que hacen referencia al Santo Patriarca José.
En primer lugar se le da el sugestivo nombre de José, que se deriva del hebreo «Yosef», probablemente de la raíz «Yasaf», que quiere decir «acrece o acrecienta». Este marco nazaretano, en que están encuadrados José y María, ha llevado a muchos a creer a José natural de Nazaret, afirmación confirmada con las palabras de Felipe a Natanael, en el evangelio de San Juan: «Hemos hallado a aquel, de quien escribió Moisés» (1, 45). Esto no quita que otros se inclinen por considerar a José natural de Belén, según creemos, con menor probabilidad.
Lo indudable es considerar a José descendiente de David y oriundo, por consiguiente, de Belén, la Ciudad del Rey Profeta. Aparte de otras afirmaciones sueltas, tenemos dos Genealogías, que nos dan su ascendencia davídica. Está la primera en San Mateo 1, 1-16, que termina con estas palabras: «Todas las generaciones, pues, desde Abrahan hasta David, son catorce generaciones; y desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; y desde la Deportación a Babilonia a Cristo, catorce generaciones (Mt. 1,17).
La segunda Genealogía, que nos da la ascendencia davídica de José, la encontramos en el Evangelio de San Lucas, 3,23-38. Es conocido el valor histórico y social de las Genealogías en el pueblo hebreo y el cuidado con que las conservaban. Dejamos a los exegetas el estudio comparativo de ambas Genealogías, salvo siempre el valor histórico de la descendencia davídica de José.
Creció, pues, y se formó José, en un noble hogar de Nazaret de ascendencia davídica, pero con escasos bienes de fortuna. ¿Tuvo José otros hermanos? Hegesipo, citado por Eusebio (HE III, 11) habla de un hermano mayor de José llamado en arameo Alfeo y Kleópatros o Kleofás en griego, cuyos bienes raíces en tiempo de Domiciano eran de 39 pletros o 3,7 hectáreas. Cleofás casó con María, una de las mujeres que presenciaron la muerte de Jesús y Madre de Judas y José, llamados hermanos o primos del Señor.
Como buen hebreo la formación en José se extendería en dos direcciones: la religiosa y -la humana. La formación religiosa más elemental la recibiría en el hogar de sus padres. Esta formación religiosa elemental se iría ampliando en la Sinagoga, en donde los judíos se reunían especialmente los Sábados, para la lectura de la Escritura, su comentario por los Rabinos y otros maestros de Israel y el rezo preferentemente de los Salmos. Por otra parte existían en Palestina muchas Escuelas Rabínicas, donde se daba gran importancia a la enseñanza religiosa de las personas.
Dos oraciones, además de los Salmos, solían aprender y recitar los hebreos, el SEHMA y el SHEMANE-ESRE u Oración de las 12 Bendiciones primero y más tarde, 18.
Finalmente las subidas a Jerusalén y la celebración en ellas de las Fiestas de la Pascua y las lecciones en el Templo de los grandes Maestros de Israel completaban la formación teológica y moral del israelita.
Por otra parte, no parece probable que San José poseyese, a lo menos en gran cantidad, otros bienes raíces de su parte, fuera de su casa y taller; si bien consta que el oficio de carpintero o herrero era más que suficiente para sostener una familia.
En síntesis, José al llegar a los 20 años -plenitud del joven hebreo- era un hombre perfecto, «en la talla, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres», como dice San Lucas de Jesucristo (2,52).
AUTOR: David Meseguer S.J.
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