Las Hermanas de Teresa de Calcuta se quejaban a su
madre fundadora de que no llegaban, con su
esfuerzo, en la atención a los enfermos y
moribundos. ¿Qué hacemos, madre? Y, Teresa de
Calcuta respondió: “una hora más de adoración al
Santísimo”.
1. Había quedado atrás aquel milagro espectacular
de la multiplicación de los panes y de los peces.
Los discípulos, sin pensárselo dos veces, subieron
a la barca invitados por Jesús.
Con aquel Señor que cumplía lo que decía, que
multiplicaba a miles, panes y peces, merecía la
pena ser seguido y obedecido.
Pero, como en las películas, en el seguimiento a
Jesús hay escenas de miedo. Momentos donde parece
detenerse la felicidad. Instantes que uno quisiera
pasar rápidamente para llegar al final cuanto
antes.
Los discípulos se embarcaron en aquella aventura
que Jesús les sugirió. Pronto nacieron las
dificultades. Las aguas turbulentas, el mar
violento les hizo comer su propia realidad: seguir
a Jesús no implica vivir al margen de las pruebas,
de los sufrimientos o de los temores. Eso sí,
vivir con Jesús, aporta la fortaleza y serenidad
necesarias para seguir adelante y para que nunca,
las zancadillas, sean mayores que nuestra
capacidad para sortearlas.
2. Uno, cuando es creyente convencido (no solo
bautizado) pone sus afanes no solamente en la
exclusividad de sus fuerzas y carismas. Jesús, aún
siendo Hijo de Dios, necesitaba de ese “tú a tú”
de la oración. Escogía espacio y tiempo, lugares y
silencio para un coloquio con Dios.
A Jesús, en su experiencia de Getsemaní, se le
diluyeron los miedos y las ganas de renunciar a su
misión, por el contacto íntimo con Dios. ¿No será
que nuestras fragilidades y cobardías son fruto de
nuestra deficitaria comunión o comunicación con el
Señor?
¡No tengáis miedo! Nos dice el Señor en este
domingo. En pleno verano y con un sol de justicia,
buscamos sombrillas y lociones que nos hagan más
llevadero el tórrido calor. Tenemos miedo a
quemarnos y miedo al dolor. La fe, cuando está
solidamente fundamentada y enganchada en Jesús, es
la mejor sombrilla y la mejor loción que podemos
utilizar para evitar quemaduras en el alma y
sonrojo en el rostro.
Estamos en unos tiempos donde hemos de saber
contemplar la presencia de un Dios que nos está
tensando un poco. Que está purificando nuestro
discipulado. Nuestra pertenencia a su pueblo.
Hoy, como Pedro, gritamos aquello de ¡Señor,
sálvame! Dejemos un margen de confianza al Señor.
Lancémonos a las aguas de nuestro mundo sin miedo
a ser engullidos por ellas. Si, el Señor va por
delante, tenemos las de ganar. El es el dueño de
la barca. El sentido de nuestra historia. El fin
de nuestra oración y de nuestra entrega. En el
silencio aparente, en la ausencia dolorosa es
donde hemos de aprender a buscar y a ver el rostro
del Señor que, un domingo más y en pleno verano,
nos grita:
¡Animo soy yo, no tengáis miedo!
Javier Leoz
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