Podés llegar con el corazón más hecho pedazos, con las heridas más profundas, con el alma más accidentada o como el leproso más rechazado...
Pero al entrar en el sagrario siempre vas a encontrar una fuerza que espanta tus miedos, quebranta tus inseguridades y derrumba tus muros llenos de vergüenza y apatía subjetiva.
En ese rincón siempre hay alguien que te espera para vendar tus heridas, consolar tu dolor, acariciar tus imperfecciones y parar ese sangrado que brota de tu alma y te roba la paz.
En el sagrario es dónde Jesús se hace visible para el cielo y la tierra. Ahí se esconde la mirada más compasiva, más tierna, ahí se contempla el corazón más humilde y amoroso que ha sufrido en libertad y por amor a nosotros, para darnos vida plena.
En ese lugar resuena el silencio más estremecedor y poderoso, donde hasta el alma más alejada es la más escuchada.
...Y yo deseo ser su más pequeño sagrario.
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