Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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martes, 9 de marzo de 2021

EL DON DE PIEDAD

 


El don de piedad es un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad un afecto filial hacia Dios considerado como Padre.

El don de piedad pone en el alma una ternura verdaderamente filial hacia nuestro Padre amorosísimo que está en los cielos. 

El alma comprende perfectamente  y vive con inefable dulzura aquellas palabras de San Pablo: «Porque no habéis recibido el espíritu de esclavitud para reincidir de nuevo en el temor,  antes habéis recibido el espíritu de filiación adoptiva, por el que clamamos: 

¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos  hijos de Dios» (Rom. 8,15-16). 

La plegaria predilecta de estas almas es el Padrenuestro. Encuentran en él inefable dulzura y devoción. 

El alma se abandona tranquila y confiada en brazos de su Padre celestial. 

Nada le preocupa ni es capaz de turbar un instante la paz inalterable de que  goza. No pide nada ni rechaza nada en orden a su salud o enfermedad, vida corta o larga, consuelos o arideces, energía o impotencia, persecuciones o alabanzas, etc., etc. 

Se abandona totalmente en manos de Dios, y lo único 

que pide y ambiciona es glorificarle con todas sus fuerzas y que todos los hombres reconozcan su filiación divina adoptiva y se porten como verdaderos hijos de Dios, alabando y glorificando al Padre, que está en los cielos. 

El don de piedad nos hace ver en el prójimo a un hijo de Diosy hermano en Jesucristo.

Llevada de estos entrañables sentimientos, el alma se entrega a toda clase de obras de misericordia hacia los desgraciados, considerándolos como verdaderos hermanos y sirviéndoles para complacer al Padre de todos. 

En cada uno de ellos ve a Cristo, el Hermano mayor, y hace por él lo que con Cristo haría. 

Este es el don que hacía a San Pablo afligirse con los afligidos, llorar con los que lloraban, reír con los que reían y soportar sin enfado las flaquezas y miserias del prójimo, haciéndose todo para todos a fin de salvarlos a todos (cf. 1 Cor. 9,19-22). 

(Teología de la perfección cristiana, Antonio Royo Marín)


Padre Sergio

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