¿Qué es para mí la
vida eterna? ¿Cómo la valoro? ¿Pienso constantemente en el cielo?
Ya sabemos cómo
vivían y morían los Apóstoles, con la mirada puesta en la vida eterna. Cuando
Pedro estaba clavado en la cruz con la cabeza hacia abajo, ¿qué es lo que le
daba fuerza? Cuando Andrés abrazaba con amor la cruz antes de morir, ¿qué es lo
que le animaba? Cuando Pablo inclinó su cabeza bajo el hacha del verdugo, ¿qué
es lo que le daba ánimos y valentía? La vida eterna.
Veían los cielos abiertos, y contemplaban a Cristo Rey, a la diestra
del Padre.
Es lo mismo que han hecho los mártires, mientras les despedazaban las fieras.
También los santos
han vivido pensando frecuentemente en la vida eterna. Los sufrimientos que han
padecido no son nada comparados con la felicidad que ahora gozan,
Aquí, lágrimas, sudores, luchas…; allí, perlas preciosas de la corona celestial. Ante tal perspectiva —pensaban— bien vale la pena de sufrir.
(...)Recordemos otra
vez la lección que nos dan los santos. Para ellos, la vida eterna era la
verdadera vida, y esta vida de abajo no era más que una sombra.
Para ellos, la vida
eterna era el gran libro, y esta vida de acá no era más que el prólogo, la
introducción del libro.
Para ellos, la vida eterna era la patria verdadera, y esta vida de la tierra no era más que un «valle de lágrimas».
Y, con todo, sabían
alegrarse cuando el día era soleado. Sabían disfrutar del trino de los pájaros.
Y también luchaban y cumplían con su deber. Para cumplirlo tan heroicamente como
lo hacían, sacaban fuerzas del pensamiento de la vida eterna. Vivían con la
nostalgia del cielo.
Nosotros, los
católicos, añoramos la patria verdadera, pero no por ello odiamos este mundo.
Esta nostalgia nos impulsa a ser valientes. Esta nostalgia nos hace olvidar las
penas. Esta nostalgia nos mueve a hacer oración cuando la desgracia o la
angustia nos oprimen. Así podemos sonreírnos en los días más oscuros; sabemos
que todas nuestras desgracias las ordena Dios para nuestro bien.
Cuando el cielo está nublado y oscuro, sé que por encima de las nubes brilla el sol. Por encima de las desgracias de esta vida, está la vida eterna.
Mons.
Tihamér Tóth
Cristo
Rey
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