Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los
católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los
tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy
infecciona a la humana sociedad.
Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus
errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que tal
impiedad no maduro en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en
las entrañas de la sociedad.
Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes;
se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de
enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para
conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la Religión Cristiana
fue igualada con las demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al
nivel de éstas.
Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de
los gobernantes y magistrados. Y se avanzo mas: Hubo algunos de éstos que
imaginaron sustituir la Religión de Cristo con cierta religión natural, con
ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder
pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de
Dios.
Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual
de Cristo Rey, que se celebrara en seguida, impulse felizmente a la sociedad a
volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la
acción y con la obra, seria ciertamente deber de los católicos; pero muchos de
ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la
autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de si la antorcha
de la verdad.
Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los
buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza
que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los
fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la
bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se
dedicaran a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajaran
animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
Además, para condenar y reparar de alguna manera esta publica
apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no
parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo
Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto mas se oprime con indigno
silencio el nombre suavísimo de Nuestro Redentor, en las reuniones
internacionales y en los Parlamentos, tanto mas alto hay que gritarlo, y con
mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.
De "QUAS PRIMAS": Sobre la Fiesta de Cristo Rey
Carta enciclica del Papa Pio XI, promulgada el 11 de diciembre de
1925
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