Si uno se santigua
con agua bendita con devoción, eso produce tres efectos: atrae la gracia
divina, purifica el alma y aleja el demonio.
Este gesto de
santiguarse con esa agua nos atrae gracias divinas por la oración de la
Iglesia. La Iglesia ha orado sobre esa agua con el poder de la Cruz de Cristo.
El poder sacerdotal ha dejado una influencia sobre esa agua. Al mismo tiempo
purifica parte de nuestros pecados, tanto los veniales como el reato que quede en nuestra alma.
El tercer poder del
agua bendita es alejar al demonio. El demonio puede entrar perfectamente en una
Iglesia, sus muros no le contienen, el suelo sagrado no le refrena. Sin
embargo, el agua bendita sí le aleja.
La gente se suele
quejar de que se distrae mucho en la iglesia, el demonio tiene gran interés en
distraernos justo cuando vamos a estar en contacto con las realidades sagradas.
Por eso es tan útil el agua bendita de la entrada. Aún usando el agua bendita
podemos despistarnos, pero tendremos la seguridad de que las distracciones
proceden de nosotros y no del demonio.
Aunque nosotros con
los ojos del cuerpo no podamos ver la cruz que forma el agua bendita en nuestro
cuerpo al santiguarnos, el demonio sí la ve. Para él esa cruz es de fuego, es
como una coraza que no puede traspasar. Insisto en que santiguarse con agua
bendita al entrar en una iglesia no es un mero símbolo. Es un símbolo, pero esa
agua tiene un poder, un poder que Cristo ganó con sus sufrimientos en la Cruz y
que el Sacerdote administra con toda facilidad.
P. Fortea.
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