“Las catacumbas me han dejado una muy dulce impresión. Son tal como
las había imaginado leyendo su descripción en las vidas de los mártires… Tan
encantadora era la atmósfera que allí se respiraba… Antes de mi viaje a Roma yo
no tenía ninguna devoción especial por esta santa, pero visitando su casa
convertida en Iglesia, el lugar de su martirio, enterándome de que había sido
proclamada reina de la armonía no por su buena voz ni por su talento musical,
sino en memoria del canto virginal que había podido hacer escuchar a su Esposo
celestial oculto en el fondo de su corazón, entonces yo sentía por ella más que
devoción, un verdadero afecto de amiga… Se convirtió en mi santa preferida, mi
íntima confidente. De ella me encantaba todo, sobre todo su entrega que la hizo
capaz de devolver la inocencia (de virginizar) a almas que no habían deseado
otra ilusión que las de este mundo que pasa…” (Santa Teresa de Lisieux, “Diario
de un alma”)
Enrique Álvarez Moro
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