Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios, ha dicho
el Señor en el Evangelio.
Y ésta es una gran verdad que se comprueba en este mundo moderno,
que vive en la impureza y por eso es incapaz de ver a Dios y de entender las
cosas de Dios.
El demonio trata en primer lugar de inducirnos a la impureza, porque
sabe que a través de este pecado nos va desmantelando toda la vida espiritual.
No es por casualidad que a Jesús en el desierto el demonio le tentó
primero con el pan, que es el símbolo de la sensualidad, es decir lo tentó con
la mujer.
Satanás es muy hábil en este tipo de tentaciones, porque la
tentación de la carne es la tentación más fuerte en el hombre. Y el demonio se
burla de nuestras caídas, ya que él, por ser ángel, por ser espíritu, ignora
completamente lo que significa tener un cuerpo como nosotros, y somos muy
despreciables para él cuando caemos en estos pecados de impureza.
La Virgen ha dicho en Fátima que los pecados que llevan más almas
al Infierno son los de la carne, y esto no es de poca monta. Y si echamos una
mirada a nuestro alrededor, podemos decir sin equivocarnos que hoy más que
nunca la impureza inunda el mundo. ¿Quién conserva la pureza y la castidad hoy
en día? Los que luchan valientemente, los que rezan y reciben la Eucaristía,
los que dominan sus ojos y deseos, los que apagan el televisor y no miran
películas de cine, los que tienen una tierna y fuerte devoción a María
Santísima, en definitiva los que combaten contra este mundo que, hoy más que
nunca, está en poder del Maligno.
Pero ¡atención!, que debemos ser puros, pero humildes y sencillos,
sin juzgar ni condenar a nadie por pecador que sea o haya sido. Que no se
cumpla con nosotros ese dicho que dice: “Puros como ángeles y soberbios como
demonios”.
Sepamos compadecer a los que no pueden guardar la pureza, los que
han caído. Y demos gracias a Dios si nosotros conservamos la pureza y no
caemos, porque es una gracia de Dios que, si nos dejara de sus manos, caeríamos
en los más graves pecados.
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