Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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martes, 28 de noviembre de 2017

Pureza.



Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios, ha dicho el Señor en el Evangelio.
Y ésta es una gran verdad que se comprueba en este mundo moderno, que vive en la impureza y por eso es incapaz de ver a Dios y de entender las cosas de Dios.
El demonio trata en primer lugar de inducirnos a la impureza, porque sabe que a través de este pecado nos va desmantelando toda la vida espiritual.
No es por casualidad que a Jesús en el desierto el demonio le tentó primero con el pan, que es el símbolo de la sensualidad, es decir lo tentó con la mujer.
Satanás es muy hábil en este tipo de tentaciones, porque la tentación de la carne es la tentación más fuerte en el hombre. Y el demonio se burla de nuestras caídas, ya que él, por ser ángel, por ser espíritu, ignora completamente lo que significa tener un cuerpo como nosotros, y somos muy despreciables para él cuando caemos en estos pecados de impureza.
La Virgen ha dicho en Fátima que los pecados que llevan más almas al Infierno son los de la carne, y esto no es de poca monta. Y si echamos una mirada a nuestro alrededor, podemos decir sin equivocarnos que hoy más que nunca la impureza inunda el mundo. ¿Quién conserva la pureza y la castidad hoy en día? Los que luchan valientemente, los que rezan y reciben la Eucaristía, los que dominan sus ojos y deseos, los que apagan el televisor y no miran películas de cine, los que tienen una tierna y fuerte devoción a María Santísima, en definitiva los que combaten contra este mundo que, hoy más que nunca, está en poder del Maligno.
Pero ¡atención!, que debemos ser puros, pero humildes y sencillos, sin juzgar ni condenar a nadie por pecador que sea o haya sido. Que no se cumpla con nosotros ese dicho que dice: “Puros como ángeles y soberbios como demonios”.
Sepamos compadecer a los que no pueden guardar la pureza, los que han caído. Y demos gracias a Dios si nosotros conservamos la pureza y no caemos, porque es una gracia de Dios que, si nos dejara de sus manos, caeríamos en los más graves pecados.

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