Estamos siempre en la
presencia de Dios y lo que importa es lo que somos y hacemos ante Dios.
A veces nos parece que si somos muy buenos nos pueden tomar por tontos, o algunos se pueden aprovechar de nosotros o incluso engañarnos y perjudicarnos. Efectivamente Dios nos manda a dar prestado, a socorrer al que pide algo. Y quizás alguna vez podemos ser traicionados por aquél a quien hacemos el bien. Pero ¿qué importa?, si con que lo vea Dios, eso nos debe bastar para saber que no quedaremos sin premio.
Pero incluso aunque perdamos el honor por las habladurías de quien se benefició con nuestros favores y buenas obras, e incluso aunque hayamos dado alojamiento a quien era peregrino, pero después terminó robándonos, dejándonos en la miseria o incluso atentando contra nuestra vida; lo que es a los ojos de Dios no cambia, y a nuestra buena obra y a nuestro acto de confianza en el prójimo, Dios añadirá el premio por el martirio y las desgracias que hemos soportado.
Es cierto que para pensar así debemos tener mucha fe, sabiendo que Dios nos mira constantemente, a nosotros y a todos, y que premiará cada buena obra, y castigará todo lo malo.
Si hemos favorecido a alguien, y ese alguien nos hace daño, en realidad ello no cambia nada ante Dios, que es justo, y nos premiará doblemente, y el malvado desmerecerá ante el Señor.
Antes de tener el corazón duro es mejor pasarse de buenos; exagerar mejor el ser buenos, que el ser rígidos y desconfiados.
Claro que como está el mundo ahora, este pensamiento es medio descabellado, porque hay tantos malandrines y delincuentes sueltos, que uno muchas veces no se puede fiar de ninguno, humanamente hablando.
Pero si alguien nos pide alojamiento o un favor en nombre de Dios, arriesguémonos y confiemos, y socorrámosle; que aunque ese tal se nos vuelva en contra y nos cause daño, Dios ve, sabe y nos premiará.
Ya lo dice la Sagrada Escritura que en los últimos tiempos el mal sería tan generalizado que en muchos la caridad, el amor se enfriará. Y es cierto que casi sin darnos cuenta nos vamos cerrando en nosotros mismos y se endurece nuestro corazón.
Sin embargo tenemos que pensar que todo está ante Dios, y Él nos premiará todo lo bueno que hayamos hecho. Pensemos en estas cosas, en estas verdades que no son otra cosa que el Evangelio vivido, pues ya nos dice el Señor que no debemos temer a quienes matan el cuerpo pero no pueden matar el alma, sino que más vale debemos temer al pecado y los vicios, que traen la enfermedad y la muerte al cuerpo, y también al alma.
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