Es interesante comprobar cuántas veces en
las Sagradas Escrituras, Dios o los enviados de Dios les dicen a los hombres:
“No teman, no tengan miedo”.
Y es que el miedo paraliza y nos hace amargar la vida, porque por miedo no hacemos lo que debemos hacer, y así frustramos los planes de Dios sobre nosotros.
Para no tener miedo debemos ser muy amigos del Espíritu Santo, pues fue Él quien descendió sobre los Apóstoles llenos de miedo, y les dio el valor y el coraje para salir en todas direcciones a anunciar el Reino de Dios.
Siendo amigos del Espíritu Santo e invocándolo con frecuencia, iremos perdiendo los miedos injustificados y Dios nos encomendará grandes misiones.
Quizás hemos sido educados en el miedo, tal vez nuestros padres nos sobreprotegieron o cometieron algún error en nuestra crianza y por eso somos miedosos. Pero no importa el pasado, tanto mejor porque ahora tenemos la oportunidad de modificar eso, de convertirnos y dar vuelta la situación. Los santos no nacieron santos, sino que tenían defectos como nosotros, pero se vencieron y, con la ayuda de Dios, se hicieron héroes de la virtud, capaces de hacer grandes obras para el Cielo y también para la tierra.
Así que cuando nos llegue el miedo, sopesemos la situación a ver si en realidad es un miedo justificado, o no lo es. Entonces, si notamos que tenemos miedo sin razón, pidamos luz al Espíritu Santo y en su Nombre arrostremos la situación que se nos presenta.
El miedo hacer cometer muchos errores, y nos va como encasillando dentro de nosotros mismos, y no nos deja salir a vivir plenamente el Evangelio, siendo misericordiosos con todos, y valientes para cumplir la Palabra de Dios en medio del mundo.
Tenemos a Jesús Resucitado que camina a nuestro lado, entonces ¿qué podemos temer? Si el Señor ve todo y tiene todo, absolutamente todo bajo su control.
Y para no tener miedo no pequemos, porque la culpa luego infunde miedo. Tenemos miedo a Dios después del pecado, igual que Adán y Eva, que después de pecar se escondieron de Dios.
Es el demonio el que vive en el miedo y tiene miedo de que nos escapemos de sus manos y nos salvemos, y por ello nos infunde miedos para tenernos atados y como amordazados, para que no hagamos el bien, para que no evangelicemos, para que no obremos misericordiosamente con todos.
Estemos atentos a ello y sopesemos nuestros miedos para, al descubrirlos, intentar vencerlos con la gracia de Dios.
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