Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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miércoles, 8 de noviembre de 2017

No nos desanimemos.



Un ejército desanimado es candidato a perder la batalla. Y un hombre desanimado es fácil presa del demonio, que con razones verdaderas o falsas, le pinta las cosas de forma muy negra, y así logra amargarle la vida y hacerlo inofensivo en el apostolado, de manera que esa alma queda como atrapada en el desánimo.

Que no nos suceda esto a nosotros, sino estemos en guardia contra el desánimo, pues ¿creemos o no creemos que Jesucristo ha resucitado y está presente en medio de nosotros, guiando nuestros pasos y todos los acontecimientos de nuestras vidas y del mundo entero? Si creemos en ello, entonces debemos vivir tranquilos y confiados, sabiendo que nada escapa a la adorable providencia de Dios, y que todo lo que nos vaya sucediendo será querido, o al menos permitido por Dios para lograr un mayor bien. 
 
También sabemos que el sufrimiento presente nos obtiene un peso de gloria en el Cielo, y sabemos que nuestro destino es el Paraíso. ¡Cuidado también con esta astucia macabra del Maligno, que a veces nos quiere convencer de que no hay salvación para nosotros, que el Cielo no es para nosotros! No hay nada que nos pueda abatir y desanimar más en la vida que el tragarnos el embuste de que estamos condenados. Eso es desesperar de la salvación, y así nos entristecemos y tratamos de aturdirnos con el pecado, viviendo sin esperanza ni alegría.
No estamos condenados, hayamos hecho lo que hayamos hecho, porque Dios perdona, ya nos ha perdonado. Y si queremos estar seguros de su perdón, vayamos a los pies de un sacerdote católico y confesemos nuestros pecados, que para eso el Señor ha dejado a sus representantes en la tierra, para que nos den la seguridad de que hemos sido perdonados por Dios. 
 
La Virgen camina con nosotros, y como buena Madre nos cuida de sol a sol. Y tanto Ella como su Hijo Jesús, tienen todo poder sobre las cosas, de modo que si nos detenemos a pensar y meditar un poco en todo esto, no tenemos por qué temer a nada ni a nadie, puesto que la esperanza que tenemos de ir al Cielo, más bien la seguridad firme de que nos espera el Paraíso para siempre, nos debe hacer vivir la vida con una secreta alegría y esperanza, esforzándonos por hacer el bien, y no dejándonos embaucar por el demonio que quisiera tenernos bajo su dominio, atados para el bien. No le demos el gusto al diablo, sino lancémonos a la conquista del mundo para Cristo. 
 
No estemos tristes, porque todo lo presente pasará, y si hemos perdido familiares y amigos, en el Cielo nos reencontraremos ya para siempre. Pero es que si ellos han muerto no están separados de nosotros, sino que por el dogma de la Comunión de los Santos, estamos muy unidos a las almas que se purifican en el Purgatorio y las que ya están en el Cielo. 
 
Además, tenemos el poder de la oración, ya que el mismo Señor nos ha prometido en su Evangelio que nos escuchará, y que todo lo que pedimos con fe, en la oración, lo obtenemos de Dios. 
 
¿Qué más podemos pedir? Tenemos a Dios con nosotros. Tenemos a María, los Santos, los Ángeles y las Almas benditas del Purgatorio que nos defienden y nos cuidan. Lancémonos, entonces, a conquistar la cima de la santidad, haciendo buenas obras y llevando con valentía y ánimo las cruces de nuestras vidas, que el Cielo es para los animosos y valientes. 

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