Reveló la Virgen a sor María del Crucificado, que era tal el fuego
de amor que ardía en su corazón hacia Dios, que podría abrasar en un instante
todo el universo si lo pudieran sentir. Por tanto, como no hay entre los
espíritus bienaventurados quien ame a Dios más que María, así no puede haber,
después de Dios, quien nos ame más a nosotros que esta amorosísima Madre.
Dice el P. Nierembergh que el amor que todas las madres tienen por sus hijos es pura sombra en comparación con el amor que María tiene por cada uno de nosotros. Más nos ama ella sola –añade- que lo que nos aman todos los ángeles y santos.
San Alfonso María de Ligorio (Las Glorias de María)
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