Marchasteis por la vida, orientados por la
estrella de la fe y, cuando en medio de tempestades, la barca de vuestra
vida era zarandeada, Dios siempre salió a vuestro encuentro, como la
madre lo hace con su hijo en cada amanecer.
¡Sois santos!
No sabemos exactamente cómo, en donde… ni
cuándo.
Algunos sois familiares, cercanos e incluso os ponemos figura,
semblante y hasta canciones.
Pero, a la gran mayoría, os elevamos en ese
inmenso altar que no conoce más techo que el cielo.
Os tallamos en ese descomunal retablo que, sólo
Dios, es capaz de esculpir con su mano.
¡Sois santos!
Y, ello, nos empuja en el sendero de nuestra
existencia a intentar conquistar las mismas metas que, en
vosotros, fueron motor y definición de vuestro vivir y
sufrir.
¿Sois santos?
¿Cuántos? ¿Cómo? ¿De qué manera?
No preguntemos tanto.
La santidad se talla con el cincel que cada día
nos ofrece la vida.
¿Cuántos?
Sólo interesa a Aquel que los forja: Dios.
¿De qué manera?
¡Qué gran torno y fábrica de santos las bienaventuranzas!
Demos gracias a Dios.
Nos ha dejado una hoja de ruta para llegar hasta
el final
Ocho puntos, que son como ocho soles para
iluminar la santidad.
Ocho jugadas para hacerlo en limpio, frente
al intento de hacerlo a traición.
Ocho consejos necios para el mundo, pero sabios
para el Señor.
Ocho caminos que son servir a la grandeza de
Dios: el amor.
¿Santos? ¿Es posible hoy? ¡Claro que sí!
Dicen que, el salmón, es tan rico porque nada
contracorriente.
Por ello mismo, los santos, son tan
enriquecedores para nuestra iglesia y para nuestra fe.
Supieron decir “no” donde el mal decía “sí”.
Tuvieron agallas de señalar un “sí” donde el
maligno gritaba “no”.
Ahora, no puede ser de otra manera, en el
cielo destellan multitud de los nuestros, por Toda una vida
de fe, de confianza y de amor.
¿Seremos capaces de aspirarlo nosotros?
P. Javier Leoz
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