Nos trae buenas nuevas (en medio de un noticiario negativo) y
esperanza (en un laberinto pesimista)
Nos llama a la serenidad y a la confianza. ¡Hay tantas razones para
alterarnos y distanciarnos!
Nos prepara, no ya al acontecimiento de la Navidad, sin a aquel
instante definitivo: ¡EL SEÑOR VENDRÁ!
Nos constituye en “vigilantes”. Vivir esperándole y….como Dios
quiere; no como el mundo exige
Nos despierta de un sueño peligroso: la rutina.
Creer en Dios es mantener firme nuestra fe.
Comprometidas nuestras actitudes de servicio y caridad
El adviento nos empuja al renacimiento en nuestra fe.
A consolidar nuestra esperanza. A recuperar el gusto por la figura
de Jesús.
Un Niño nos va a hacer. ¿Para qué?
Ni más ni menos que para llenar de ilusión y de alegría la gran
casa de nuestra Iglesia. Para darnos una razón para vivir y seguir adelante:
nos trae la salvación
El adviento es una alfarería donde podemos moldear el barro que
existe en nuestro corazón, en nuestras manos, en nuestro caminar. Es mudar de
la injusticia hacia la justicia; brincar del pozo del odio a la frontera del
amor.
Es saber que, en la ausencia del Señor, Él sigue confiando en
nosotros. A pesar de nuestras fragilidades y contradicciones seguimos gritando:
¡VEN, SEÑOR, JESUS!
El adviento caldea el corazón frío; estrecha las manos enemigas; hace
encontradizas las miradas indiferentes. Ante la llegada de Dios, ninguno de los
suyos, puede permanecer en el egoísmo.
Dios, cuando llegó al mundo, se encontró a muchas personas dormidas.
El adviento insta a nuestras manos a ponerse en movimiento, a colaborar con la
causa de Jesús.
El Adviento tiene dos movimientos: nos invita a celebrar con
alegría aquel primer adviento de Jesús a los hombres y….a estar expectantes a
su llegada definitiva. El final de los tiempos.
Es rezar, y con la oración, mantenernos despiertos y anhelantes a
lo que está por venir. El dueño marchó pero, cuando venga, ¿encontrará alguien
abriéndole la puerta de su casa?
P. Javier Leoz
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