Cuando la perdemos, tú nos la devuelves
redoblada.
Cuando nos elevamos demasiado,
nos haces valorar la pequeñez de cada
persona.
Cuando se cierran los caminos,
tú nos abres otros tantos senderos.
¡Gracias, Adviento, por ser oasis de
esperanza!
Porque, cuando alzamos cumbres entre las
personas,
tú nos invitas a la fraternidad.
Porque, cuando los corazones se
endurecen,
oportunamente pones tú la mano de la
dulzura.
Porque, cuando surgen escollos y odios,
invitas a mirar lo que en Dios nos une.
Gracias, Adviento, por ser río de
esperanza!
Cuando corren vientos de enemistad,
la proximidad de Jesús siempre ofrece
una mano.
Cuando bajan aguas de tormenta,
la paz del cielo calma toda tempestad.
Cuando se borra toda huella del
infinito,
tu presencia nos hace buscar y mirar
hacia la estrella.
¡Gracias, Adviento, por ser surtidor de
esperanza!
Si andamos perdidos, el Señor sale a
nuestro encuentro.
Si nos sentimos solos, Dios reconocerá
nuestros nombres.
Si nos encontramos sin horizontes, el
Señor nos empuja hacia el futuro.
Si no encontramos sentido a las cosas,
el Espíritu nos ilumina con sabiduría.
¡Gracias, Adviento, por ser llamada a la
esperanza!
Ya puede estar el mundo desorientado,
que tú le abrirás una ventana con
respuestas.
Ya puede estar el hombre errante,
tú le conducirás hacia la meta deseada.
¡Gracias, Adviento! ¡Te esperábamos!
Andamos escasos de esperanza y llenos de
problemas.
Ayúdanos a ser camino por el que venga
Jesús.
Ayúdanos a vigilar el gran castillo de
nuestro corazón.
Ayúdanos para allanar y acondicionar
caminos torcidos.
Ayúdanos para que, con María, recibamos
al Grande que será pequeño.
¡Gracias,
Adviento!
P. Javier Leoz
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