Obras de Misericordia
¡Qué horrible es la sed! Solo pensar que en el Infierno se padece
de una sed eterna, como lo demuestra la parábola del pobre Lázaro y del rico
Epulón, da escalofríos. Y para que no nos hagamos dignos del Infierno, y no
tengamos que padecer una sed inextinguible, es necesario que practiquemos en el
tiempo de vida que tenemos sobre la tierra, las obras de misericordia, y una de
ellas es ésta de dar de beber al sediento.
¡Cuántas veces se nos han presentado personas en nuestra puerta,
pidiendo un vaso de agua, y tal vez por miedo las hemos despachado sin
socorrerlas!
Pensemos que cuando damos de beber al sediento, calmamos la sed de
Jesús crucificado, que desde la Cruz dijo: “¡Tengo sed!”.
El agua es de Dios, y no podemos hacernos dueños de ella, sino que
es para todos. Por eso tengamos entrañas de misericordia, ya que quien practica
la misericordia con el prójimo la alcanzará de Dios en el día del Juicio; pero
quien es duro con el hermano, no obtendrá misericordia del Señor, y ya sabemos
que todos necesitamos de la misericordia divina porque nadie se salva en
justicia, sino por pura misericordia de Dios.
Es que el hombre no es solo alma, sino también cuerpo, y el cuerpo
tiene sus necesidades. Cuando calmamos la sed de un sediento, entonces el
alivio que experimenta en su cuerpo, será como una oración que subirá al Cielo
y hablará a Dios en favor nuestro.
Y recordemos que Jesús ha dicho que hasta un vaso de agua dado por
amor a Él, no quedará sin recompensa.
Jesús, en Vos confío.
Cuando paramos en el primer punto de reagrupamiento, cual será
nuestra sorpresa al encontrarnos a un nómada con un aspecto lamentable, en
medio de la nada y...
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