Hay que reconocer que estamos en la época de las sensaciones y de lo
sensacional. Sólo aquello que, a simple vista o a flor de piel, produce algún
efecto óptico o sentimental le damos credibilidad o apostamos por ello. Con
Tomás, el mundo que no ve, se encuentra frente a un Cristo que nos muestra todo
lo que es y, a la vez, nos alerta de un mundo que aparenta lo que no es. No
olvidemos que, el creer o no creer, no solamente es tarea de cada uno de
nosotros. Pidamos por ello mismo el don de la fe en este Año de la Misericordia
y especialmente en este Domingo de la Divina Misericordia.
1.- Es bueno recordar una frase que nos viene como anillo al dedo en
este segundo domingo de Pascua: “No hay que tener fe para creer sino creer para
tener fe”. Cuando uno se fía de otra persona es cuando, todo lo que hace y dice
esa persona, se convierte en objeto de fe, de seguridad y de confianza. Santo
Tomás sólo cuando se encontró con Jesús Resucitado hizo el acto de fe: “Señor
mío y Dios mío”. Es aquí, en el encuentro personal con Cristo, donde se juega
su futuro la Iglesia, el cristianismo y la vivencia misma del Evangelio.
--¿Podemos concluir que todo lo que hemos celebrado en la Semana Santa
nos ha ayudado a creer?
--¿Todas las manifestaciones populares nos incentivan la fe o,
tal vez, sólo el aspecto identitario y cultural?
--¿Es la Semana Santa un revulsivo que nos ayuda a poner cimientos a
nuestras convicciones o es costumbrismo?
2.- El Papa Francisco, en el inicio de la Semana Santa, afirmaba: “Sólo
quien vive bien la Semana Santa puede salir bien de ella”. Santo Tomás, aunque
pensaba que había andado muy a bien y muy bien con Jesús, pudo más la
incredulidad (por lo tanto la falta de conocimiento de Cristo) que la fe que
podía haber mostrado ante el testimonio de sus compañeros: “Hemos visto al
Señor”.
En muchos momentos, y en muchas personas, parece que la persona de
Cristo ha muerto hace mucho tiempo. Escasamente influye en su vida ético o
moral y, en su corazón, no ha quedado sino sentimientos mínimos de una
religiosidad que en un tiempo quedó acotada por lo puntual o sacramental. ¿Es
suficiente? ¡No! Hay que dar un paso: meternos en el costado de Cristo y saber
que, ese costado, fue abierto por y para nosotros. El gran reto de las futuras
generaciones de cristianos, sacerdotes, obispos y Papas es precisamente
descubrir el cómo llevar a Cristo (experiencia vital y real) a todo el que se
bautiza: ni sacramentos sin fe, ni fe sin sacramentos.
3.- Estamos en Pascua. ¡Resucitó el Señor y nos llama a la vida! ¡Señor
qué vea! ¡Señor, que viva! ¡Señor, que crea en ti! Deben ser exclamaciones que
broten desde lo más hondo de nuestras ganas de celebrar, sentir y vivir a
Jesús. Con Santo Tomás, hacemos un acto de fe: “Señor mío y Dios mío”. Creo en
tu Iglesia, amo y rezo por la santidad y entrega de sus sacerdotes y, sobre
todo, sigo creyendo porque sé que, el paso del Señor por el mundo, no ha sido
inútil. Tuvo un objetivo: sacarnos del pecado, curarnos las enfermedades del
alma y atraernos, como si de un imán se tratara, al abrazo amoroso de Dios. Y,
eso, nadie nos lo puede eclipsar o eliminar.
Javier Leoz
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