Mi esperanza, en los momentos de fracaso.
Mi alegría, en las heridas que producen la
tristeza.
Mi fortaleza, cuando la debilidad asoma y se cuela
por la ventana de mi existencia.
Eres mi ley, Señor.
Contigo aprendo a distinguir entre el bien y el
mal.
A separar la verdad de la mentira.
A diferenciar la humildad de la soberbia.
El pecado de la perfección.
Porque, Tú eres mi ley, Señor.
Te pido que nunca me olvide de Ti.
Que nada ni nadie distraiga mi atención
y pueda, en la medida de mis posibilidades,
ser instrumento de tu amor y de tu gracia.
Porque, Tú eres mi ley, Señor.
Te pido que me ayudes:
a cumplir con rectitud tus mandatos,
a meditarlos día y noche,
a llevarlos constantemente en mi pensamiento.
Pero sobre todo, Señor,
Porque tú eres mi ley,
ayúdame a que ningún otro precepto
esté por encima de Ti.
Que ley alguna suprima tu nombre.
Que interesadas leyes se conviertan
en un muro que me impidan el verte,
que me impidan el encontrarte.
Y si algún día ocurriera, Señor,
que la letra fuera más grande que tu presencia,
ayúdame a borrar de mi memoria,
todo aquello que me obstaculiza
amarte y entregarme a ti con todo el alma.
Amén.
P. Javier Leoz
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