Para que oyendo, como Tú quieres,
sepa escuchar con nitidez lo que me dices.
Y si a veces, Señor, vuelvo la cabeza,
haz que, de nuevo, con la veleta de la fe,
me marques el sentido de mi vida.
¡Perdóname, Señor!
Cuando te escucho y finjo no haberlo hecho.
Cuando te escucho, y pienso que no es para mí.
Cuando te escucho, y me hago el sordo.
¡Tócame, Señor!
Porque, si me toca sólo la mano del mundo,
siento que me pierdo la mejor parte de Ti.
Creo apartarme del camino verdadero.
Escucho aquello que sólo a unos interesa.
¡Tócame, Señor!
Y despiértame de mi letargo espiritual
para que, volviendo otra vez a Ti,
pueda entender que sin Ti,
todo es vacío, ansiedad y sufrimiento.
¡Tócame, de nuevo, Señor!
Porque, a veces, estoy demasiado tocado
por las manos de un mundo caprichoso,
de una sociedad corrompida,
de un ambiente que no me deja oír,
lo que me produce paz y alegría sin límites.
¿Me tocarás, Señor?
Ábreme mis oídos, que te escuche.
Mis manos, que me dé.
Mis ojos, para que vea.
Mis pies, para que camine.
Mi conciencia, para que nunca te olvide.
Amén.
P. Javier Leoz
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