Mensaje eucarístico
Nuestro motor en la vida espiritual y en la vida apostólica, debe ser la
Comunión recibida, adorada y contemplada, porque es desde la Eucaristía que el
Señor nos da la fuerza para emprender todas las obras apostólicas que tengamos
que realizar, y también de allí nos viene la fuerza para reformar nuestra vida,
practicando las virtudes.
Por eso no dejemos jamás (salvo que estemos en pecado mortal), el
acercarnos a comulgar cada domingo, y de ser posible todos los días, porque
cada vez que comulgamos con las debidas disposiciones, adquirimos una fortuna
inmensa, de modo que sólo en el Cielo comprenderemos lo valiosa que era cada
Santa Comunión eucarística.
¡Y nosotros, que por tan vanos y pobres motivos dejamos de ir a Misa, y de
recibir al Señor Sacramentado!
En esto podemos ver una astucia del enemigo del alma, que quiere
mantenernos apartados del Bien, que es la Comunión; y si no logra hacernos caer
en pecado mortal y mantenernos en ese estado para que no nos podamos acercar a
comulgar, al menos trata de infundirnos tibieza y dejadez, de manera que por
nosotros mismos dejamos de asistir a la iglesia, y así ya nos tiene atrapados
entre sus lazos.
Cueste lo que cueste, confesémonos si es necesario y volvamos a recibir a
Jesús Sacramentado, al menos todos los domingos, y si podemos, también entre
semana, porque ya lo ha dicho el Señor en el Evangelio: “Sin Mí, nada podéis
hacer”. Es decir que sin la Eucaristía, no podemos hacer nada, absolutamente,
de bien.
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