Con el paso de los días y el trajinar de las
actividades diarias, nos podemos olvidar de la oración, siendo que la oración
debería ser como el centro de nuestra jornada.
No nos quejemos si las cosas no nos salen bien y todo va de mal en peor, porque en gran parte esto sucede porque ya no rezamos, ya no hablamos con Dios amigablemente, sino que queremos arreglar las cosas nosotros solos y a nuestra manera, sin dejarle participación a Dios.
Es tiempo de que despertemos del letargo en que hemos caído con respecto a la oración, porque si miramos un poco nuestra vida, veremos que el demonio nos ha ganado terreno, y ahora es necesario volver a empuñar el arma de la oración para hacerlo huir de nuestras vidas, de nuestras familias y expulsarlo lejos de aquellos que amamos.
No hay vuelta de hoja, ya lo ha dicho San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva, y el que no reza se condena”, y es la pura verdad.
Y no podemos decir que no tenemos tiempo para rezar, porque quizás pensamos en que no encontramos el tiempo para rezar un rosario. Pero hay que recordar que la oración es un diálogo con Dios, y no hace falta rezar el rosario para ponernos en comunicación con Él, sino que simplemente elevando la mente y el pensamiento a Dios, ya estamos rezando, y muy bien.
A veces nos suele pasar que, aunque rezamos, y quizás mucho, Dios es para nosotros casi un extraño, porque no hablamos con Él como con nuestro mejor amigo. Y lo que nos sucede con Dios, también nos pasa con nuestro ángel custodio, al que tenemos completamente olvidado o casi, siendo que él puede actuar tanto más, cuanto más nosotros le invocamos.
Recordemos que se trata de la salvación de nuestra alma, y la salvación también de aquellos que amamos. Por eso volvamos a empuñar las armas de la oración, en especial el Rosario, puesto que las batallas espirituales se ganan con la oración, y también por ella nos vienen toda clase de bienes, incluso materiales; y se alejan toda clase de males, también materiales.
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