“Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz de cada día y sígame”
(Mt XVI,24).
¡Con qué amor se abraza Jesús al leño que ha de darle muerte! ¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?
Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; sólo la alegría de saberse corredentores con Él.
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Lo primero que verás, tras la muerte, es su rostro. Ya no habrá fe, ni esperanza, ni duda, ni búsqueda..., sólo caridad eterna en la Santísima Trinidad.
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Los apóstoles comprendieron plenamente al Jesús histórico cuando resucitó.
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