(Lc 15,22)
“Pero el hombre, cuando muere, queda inerte; el mortal que expira, ¿dónde está?” (Jb 14,10). ¿No hay un hombre sin pecado? Uno sólo, el que ha venido a este mundo sin nacer del pecado. Como estamos todos encadenados por el pecado, morimos todos al perder la justicia: somos despojados de la vestimenta de inocencia que se nos había acordado en el paraíso y como consecuencia somos consumidos por la muerte de la carne. (…)
Un padre ha querido cubrir esa desnudez de su hijo pecador, diciendo cuando volvió: "Traigan enseguida la primera ropa” (cf. Lc 15,22). Si, la primera ropa es la vestimenta de inocencia que el hombre recibió el día de su creación, para su felicidad. Para su desdicha, seducido por la serpiente, la perdió. Contra esta desnudez dice la Escritura: “Feliz el que vigila y conserva su ropa para no tener que andar desnudo, mostrando su vergüenza” (Apo 16,15). Guardamos nuestras vestimentas cuando conservamos en nuestro espíritu los preceptos de la inocencia. Si una falta nos hace presentarnos desnudos delante del juez, volvemos a la inocencia perdida y la penitencia nos devuelve nuestras vestimentas.
San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia
Morales sobre Job (SC 212, Livre XII, Morales sur Job, Cerf, 1974)evangelizo.org
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